Luis de Góngora
Los montes que el pie se lavan
Los montes que el pie se lavan En los cristales del Tajo, Cuando las frentes se miran En los zafiros del cielo, Tiranizados tenía Un cerdoso animal fiero, Terror del campo, y rüina De venablos y de perros. Buscándole errante un día Se perdió un galán montero, Segunda envidia de Marte, Primer Adonis de Venus. Escalando la montaña, Y penetrando sus senos, Le dejó la blanca Luna Y le halló el luciente Febo.
¡Oh, perdido primero Tras un jabalí fiero, No te pierdas ahora Tras esa, que te huye, cazadora!
La luz le ofreció una Ninfa, Que en duda pone a los cerros, A cuál se deban sus rayos, Al Sol o a sus ojos bellos. De tres arcos viene armada, El uno contra los ciervos, Contra los hombres los dos, Blanco el uno, los dos negros. De un cordón atraillado Un diligente sabueso, El viento solicitaba, Y desafiaba al viento. Apenas vio al joven, cuando Las cumbres vence huyendo; Él la sigue, ambos calzados, Ella plumas y él deseos.
¡Oh, perdido primero Tras un jabalí fiero, No te pierdas ahora Tras esa, que te huye, cazadora!
Flores le valió la fuga Al fragoso, verde suelo, Varias de color, y todas Hijas de su pie ligero. A las malezas perdona Mal su fugitivo vuelo. Ellas, sí, al coturno de oro Engastes del cristal tierno. «¡Oh, cobarde hermosura! —Dice el garzón, sin asiento— No huyas de un hombre más Que sabes huir del tiempo.» Volviendo los ojos ella Por flecharle más el pecho, De que le alcance aún su voz Acusa al aire con ceño.
¡Oh, perdido primero Tras un jabalí fiero, No te pierdas ahora Tras esa, que te huye, cazadora!
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