Hace años puse un panal de abejas para alimentar
a algunas de ellas que tenían una colmena
a poca distancia.
Para comenzar el proceso capturé una abeja
en un vaso, la coloqué sobre el panal,
y esperé hasta que la abeja descubriera
el tesoro. Cuando estuvo llena y satisfecha,
voló directamente a la colmena.
Después de un momento,
la abeja regresó con una docena de abejas
más. Éstas, a su vez, trajeron muchas más,
hasta que finalmente un enjambre de abejas
cubrió el panal. Al poco tiempo habían
transportado toda la miel a la colmena.
¡Qué lección para nosotros!
¿Estamos hablándoles a los demás
de Aquel a quien encontramos?
Cristo nos ha encargado la proclamación
de las «buenas nuevas».
¿Debemos nosotros,
los que hemos encontrado miel en la Roca
-Jesucristo- ser menos considerados
con los demás que las abejas?
Los cuatro leprosos que se sentaron fuera de la puerta
de Samaria, después que encontraron
comida en las tiendas de los sirios
que habían huido por la noche, comunicaron
las buenas nuevas. Se dijeron unos a otros:
«No estamos haciendo bien. Hoy es día de
buenas nuevas, pero nosotros estamos
callados. . . . Vamos pues, ahora,
y entremos a dar la noticia a la casa del rey» (2 Reyes 7:9). Salmo 107:2 Díganlo los redimidos del Señor. . . .
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