Nuestra belleza real,
un desafío a considerar
En 35 años de profesión como terapeuta
nunca tuve una paciente que estuviera satisfecha y conforme
con su cuerpo, su apariencia física, su peso,
su cabello, el color de sus ojos y su atractivo físico,
(ni yo misma).
Las mujeres estamos entrampadas
en un ideal de belleza occidental inalcanzable.
Nos hacen creer y creemos que debemos ser jóvenes,
blancas, flacas, altas, rubias, lacias y de ojos claros.
Este ideal se convierte en una obsesión,
es la trampa en la que nos obstinamos
sin reconocer nuestra realidad.
A partir de ahí, somos mujeres capturadas
y establecemos un vínculo antagónico
con nuestra verdadera belleza.
El tema en cuestión es: nuestra sumisión
y obediencia a pautas tiránicas y crueles
para mantenernos jóvenes (o de aspecto juvenil),
esfuerzo que está condenado de antemano
al fracaso porque en tanto pertenecemos a la naturaleza,
estamos destinadas a decaer, marchitarnos y morir,
lo que es una afrenta narcisística en Occidente.
Mi belleza real me enfrenta a mi singularidad,
a mi diferencia y me exige reconocer y aceptar
mi diversidad. Cuando descubro que no encajo en el ideal,
me rechazo a mí misma como si fuera una extraña
a la que no legitimo. Una verdadera despersonalizació n.
¿Qué clase de belleza aspiramos alcanzar
peleadas con nosotras mismas?
La belleza real no puede ser una lucha conmigo.
Surge de la reconciliación, aceptación,
y legitimación de mi singularidad.
Creo que el tema belleza es también una cuestión política.
Mientras las mujeres nos esforzamos y luchamos
por alcanzar un ideal inalcanzable nos convertimos
en mujeres frustradas.
La frustración debilita y neutraliza
nuestra fuerza creadora, intelectual y emocional.
Somos mujeres controladas en nuestra capacidad
de transformación, que es nuestro poder revolucionario.
Vivimos en un severo malentendido con nosotras mismas
y eso nos sumerge en la confusión.
La confusión acerca de quienes somos, qué podemos,
qué no podemos, qué queremos,
a qué nos inducen, a qué nos sometemos y obedecemos.
Somos víctimas y cómplices de un sistema
que nos necesita débiles e hipotecadas
en un ideal mistificado y condenadas al fracaso.
Gestamos nuestra propia debilidad,
nuestra confusión, nuestro auto-rechazo
y nuestra disociación profunda.
Somos "sutilmente" esclavas y rehenes
de una estética impuesta culturalmente
que nosotras no elegimos.
La trampa occidental de la belleza
nos induce a conductas agresivas y autodestructivas.
El poder político necesita mujeres autodestructivas.
La capacidad procreadora y creadora de las mujeres
es temida, censurada, reprimida y estigmatizada
por la cultura patriarcal.
El cuerpo femenino se convirtió en objeto,
fue cosificado para ser controlado, dominado, mutilado
y manipulado por el sistema de poder.
La obsecuencia, y la servidumbre
a pautas impuestas desde afuera
se convierte en un ataque a nuestra inteligencia,
a nuestra sensibilidad y también a nuestro cuerpo real.
Este es un buen momento para cambiar nuestra mirada.
Compartiò Silvia Aybar Ezquerra
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