Ensálzate sobre los cielos, oh Dios; sobre toda la tierra tu gloria. Salmo 57:5
Es casi una perogrullada decir que el orden en la naturaleza depende de la correcta relación de todas las cosas.
Para lograr la armonía es indispensable que cada cosa esté en perfecta relación con respecto a otra cosa. En la vida humana, ocurre lo mismo.
La causa de todas nuestras miserias es nuestra radical dislocación moral que trajo enemistad con Dios y con cada uno de nuestros semejantes.
Cualquiera haya sido la caída en el pecado, sus efectos han producido un trastorno en las relaciones del hombre con su Creador.
El hombre adoptó una actitud equivocada con respecto a Dios, y con eso deshizo los medios de comunicación con su Creador, en la cual, sin que él se diera cuenta, descansaba su felicidad.
La salvación es, esencialmente, la restauración de esas relaciones, es decir, el retorno a la relación normal del uno con el otro.
Una vida espiritual satisfactoria debe comenzar con un cambio completo en las relaciones entre Dios y el pecador. No meramente un cambio judicial, sino un cambio conciente y experimental que afecte toda la naturaleza del individuo.
La propiciación por la sangre de Jesús hace posible ese cambio judicial, y la obra del Espíritu lo hace emocionalmente satisfactorio.
La historia del hijo pródigo ilustra perfectamente esta última fase. El hijo más joven se había metido en una cantidad de problemas a causa de haber olvidado los privilegios que tenía como hijo de su padre. Su restauración no fue más que el reestablecimiento de esas relaciones, las cuales existían desde su nacimiento, pero que habían sido temporalmente interrumpidas por el pecado.
La parábola pasa por alto el aspecto legal de la redención, para detenerse hermosamente en el aspecto experimental.
Para determinar las relaciones tenemos que comenzar en algún lugar. Debe haber un punto fijo desde el cual todo ha de comenzar a medirse, donde no intervenga la ley de la relatividad, y donde podamos decir “ES,” sin ninguna clase de concesiones. Tal punto fijo es Dios.
Cuando Dios quiso dar a conocer su nombre a la humanidad no encontró otro mejor que “YO SOY.” Cuando él habla en primera persona dice, YO SOY; cuando nosotros nos referimos a él decimos EL ES; cuando nos dirigimos a él le decimos TU ERES. Todo lo demás parte de esta base. Dios dice, “Yo Soy el que Soy” o sea “jamás cambio.”
Así como el marino fija su posición en el mar por la altura del sol, nosotros podemos
saber cuál es nuestra posición moral mirando a Dios. Debemos comenzar con Dios.
Nosotros estamos bien solo cuando estamos en una correcta relación con Dios, y mal cuando estamos en cualquier otra.
Muchas de nuestras dificultades en la vida cristiana se deben a que no queremos tomar a Dios tal como él es, y ajustar nuestras vidas conforme a eso. Insistimos en modificar a Dios y en adaptarlo a nuestra imagen.
La carne se resiste contra la inexorable sentencia de Dios, y como Agag, gime por un poco de misericordia, algo más de indulgencia para sus deseos y apetitos.
Pero esto de nada sirve. Podemos comenzar bien solo cuando aceptamos a Dios tal como Dios es, y le amamos porque así es. Y cuando le vamos conociendo mejor hallamos una indecible fuente de gozo al darnos cuenta que no puede ser de otra manera.
Algunos de los más sublimes momentos de nuestra vida han sido los que hemos pasado en reverente admiración de la Deidad.
En estos solemnes momentos no hemos querido ni siquiera pensar en qué pasaría si Dios fuera de distinta manera.
Comencemos, pues, con Dios. Detrás de todo, por encima de todo, y antes de todo, está Dios. Primero, en orden de secuencia; por encima, en orden de rango y condición; antes que todo, en dignidad y honor. Siendo el único que existe por sí mismo, él ha dado origen y existencia a todo, y todas las cosas existen por él y para él.
“Señor, digno eres de recibir gloria, y honra, y virtud, porque tú criaste todas las cosas, y por tu voluntad tienen ser y fueron criadas” (Apocalipsis 4:11).
Toda alma pertenece a Dios y existe para complacerle a él. Siendo Dios quien es, y
siendo nosotros quienes somos, la única relación que debe existir es de completo señorío por parte de él y de completa sumisión por parte de nosotros.
Nosotros le debemos a él todo el honor de que somos capaces de darle. Darle algo menos es causa de nuestra desdicha.
Seguiremos con la Segunda Parte.