Esta es una historia muy simple, pero también muy profunda, asi...como es la Navidad.
Habla de un niño y su madre, de una relación natural, y yo te la quiero contar.
Abre bien los oídos, pero esos... los del alma, seguro se van a regocijar.
Fué un 24 de diciembre, por la mañana, la madre y el niño, salieron a trabajar; juntaban cartones, botellas y todo aquello que se pudiera utilizar; a los primeros los vendían, muy poquito podían ganar, pero ese día ¿será casualidad? Ganaron casi el doble, el niño y su mamá...
Venían muy contentos, soñando con una cena especial, seguro la merecían era la víspera de Navidad.
Casi llegando a su casa, encontraron a otra mamá; sentada con un bebé en brazos, suplicaba caridad. Pasaron a su lado... no la querían mirar, les recordaba su miseria, su precariedad. Caminaron unos metros... se detuvieron, sus miradas se cruzaron, y no hizo falta hablar, la madre sacó las monedas, el niño... el niño contó justo la mitad, volvió sus pasos presurosos, y dejó en aquella mano extendida, la de la otra mamá, esas pocas monedas, que tanto les costó ganar. Regresó con su madre, sonriendo, y de la mano... volvieron a caminar, rumbo a su pequeña casa, a cocinar esa cena, que sería... como todos los días, nada especial.
Cuando estaban en silencio, el niño y su mamá, escuchando los sonidos de la Víspera de Navidad, en niño dijo a su madre:
- Mamá, siempre me dijiste que, cuando uno da, el Señor nos da mucho más.
- Y es así hijito, nunca lo dudes, jamás...
- Pero... mamá, comimos igual que siempre, no tuvimos como pensábamos una cena especial, ¿qué nos dio el Señor?
- Hijo querido, antes de que vos dieras esas monedas, el Señor ya te estaba dando:
primero te dio la capacidad para dar, y segundo, te ha regalado la tranquilidad de tu conciencia, pues esta noche tus sueños serán muy dulces, porque has ayudado a que otro niño y su mamá tuvieran algo para cenar.
- El niño comprendió que era cierto, su madre como siempre decía la verdad; recostó la cabeza en su regazo, y con una gran sonrisa por el sueño se dejó ganar.
La madre, con los ojos brillantes, acarició a su niño, su tesoro, la personita que cada día le daba fuerzas para luchar