El fin de año es el tiempo en que las empresas se preparan para cerrar su contabilidad y recabar el saldo de todas las transacciones comerciales realizadas, analizando si las estrategias planeadas en el pasado alcanzaron el objetivo esperado. Las causas de los efectos no deseados serán rastreadas con la debida atención, para que no vuelvan a desilusionar a los accionistas, clientes, funcionarios, proveedores o a la misma comunidad...
La empresa presentará, en su retrospectiva anual, los acontecimientos políticos, sociales, religiosos y económicos que influyeron en el mundo y transformaron nuestras vidas. Tendrán relieve especial los descubrimientos científicos y las innovaciones tecnológicas que hicieron al hombre capaz de destruir el planeta, pero lo dejaron incapaz de asegurar las condiciones mínimas y dignas para la población mundial.
La clase política divulgará sus logros y justificará las promesas de la campaña no cumplidas, hecho que corroborará para que “a pesar de que todos vivimos bajo un mismo cielo, no todos disfrutan del mismo horizonte”. El restringido acceso a los servicios de educación y salud, de excelente cualidad, es el factor inhibidor más significativo para que las condiciones de igualdad del desarrollo del ser humano sean todavía apenas retóricas.
También las organizaciones del llamado sector terciario, o voluntariado de responsabilidad social, cuyo movimiento ha logrado una impresionante expansión, presentarán informes a sus colaboradores y destinatarios. El voluntario tiene la nobleza de compartir el tesoro más precioso de nuestra era – el conocimiento- certificado de nacimiento de la ciudadanía.
De forma idéntica cada uno de nosotros debe hacer su propia reflexión, analizando su desempeño personal en el cumplimiento de los siete factores motivadores que son: la salud física, la carrera profesional, la vida familiar, la espiritualidad, la salud mental, la relación social y el aspecto financiero. La armonía entre esos indicadores evidenciará si las metas que planeamos, los sueños que acariciamos, y las acciones que emprendemos se desarrollaron en dirección a una meta mayor de todo ser humano: la felicidad.
Interiormente, debemos verificar si nos hemos vuelto menos arrogantes y más tolerantes, menos profesores y más aprendices, menos teólogos y más apóstoles, en fin si estamos conscientizados de que los augurios de feliz Navidad no sean apenas una manifestación episódica de amor al prójimo, sino continuas prácticas de fraternidad.
La propia transformación del “paisaje” nos contagia, pues las calles, las fachadas de las casas, las vitrinas de los negocios y hasta los árboles se enriquecen con decoraciones especiales, luces multicolores y adornos creativos. La ornamentación de los interiores de las casas y de los templos religiosos simboliza el nacimiento del hombre que dividió la historia de la humanidad en un antes y un después: Jesucristo. Los especialistas en marketing disputan cada centímetro, y cada segundo de los medios de comunicación social, principalmente de la irresistible pantalla de TV. El simpático viejito con su barba blanca y su ropaje colorado continúa siendo la gran esperanza de la chiquillada; para los trabajadores es la oportunidad de conseguir empleo, aunque sea temporal; para los empresarios es el chance de aumentar el facturado. y para el país es el aumento del PIB, el cual debe tener como misión la mejoría continua de la distribución de la renta.
Hasta las frutas que serán consumidas en Navidad hacen parte de los cálculos estimativos de los especialistas en administración. Si no obtenemos frutos de espiritualidad, la muerte en la cruz habrá sido en vano. Con fe de que el espíritu navideño sensibilice nuestros corazones erradicando la discriminación, el prejuicio y todas las formas de exclusión social – llagas todavía vivas en la sociedad – entendemos que la arquitectura de un mundo más justo económicamente y más igualitario socialmente, es condición esencial para la conquista de la tan soñada Paz, en este maravilloso planeta azul.
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