Te quiero en los arroyos pálidos que viajan en la noche, y no terminan nunca de conducir estrellas a la mar.
Te quiero en aquella mañana desprendida del vuelo de los siglos que huyó su nave blanca hasta el agua sin ondas donde nadaban tristes, tu voz y mi canción.
Te quiero en el dolor sin llanto que tanta noche ha recogido el sueño; en el cielo invertido en mis pupilas para mirarte cósmica; en la voz socavada de mi ruido de siglos derrumbándose.
Te quiero en el insomnio reflexivo de donde ha vuelto en pájaros mi espíritu.
Te quiero...
Mi amor se escapa leve de expresiones y rutas, y va rompiendo sombras y alcanzando tu imagen desde el punto inocente donde soy hierba y trino.