Cuál pájaro agorero llegaste a mi ventana;
y yo, virgen aun en eso del amar,
me embriagué con tu canto, de dulzor de fontana,
y en el fondo de mi alma, te burilé un altar.
Y toda la floresta lució aquella mañana;
su perfume las flores y su arrullo el pinar,
y las nubes cargadas de celajes de grana
fueron palio sagrado de una dicha sin par...
Me trajiste la dicha tantas veces soñada,
me regastes de flores mi senda de dolor;
—Amémonos— me dijistes, ya no temas a nada....
Y en las redes divinas, de tu sagrado amor,
en tu vida, por siempre, me quedé aprisionada
y aunque presa me tienes no te guardo rencor.