El primer día la mujer repitió en voz baja las palabras: «Hágase la luz» al abrir las persianas, descolgó una botella de suero semivacía la puso en el cesto con los algodones, gasas y cinta adhesiva y la luz se hizo en la recámara. Encendió una grabadora, las notas de una flauta dulce nombraron al día por su nombre entonces ella se atrevió a nombrarlo también segura de que la noche había terminado.
El segundo día recogió agua de lluvia y la calentó con sus manos hasta hacerla mansa como el cuerpo del hombre que yacía en la cama sus dedos lo humedecieron despacio después de secarlo lo envolvió en sábanas lavadas con manzanilla y luna.
El tercer día ungió sus yemas con sábila para alisar cada surco amasar con savia blanca la flacidez de brazos y piernas para dar fuerza a los músculos en esa tierra aún fértil.
El cuarto día mientras pasaba el rastrillo por Jas barbas jabonosas le habló del sol y de las estaciones hasta que él retomó el tiempo que parecía haberse detenido.
El quinto día cerró los periódicos con fotografías de guerras y temblores, al romper una receta que había quedado sobre el buró rogó que los años por venir se multiplicaran como las aves y los peces y poblaran la casa que había estado un tanto abandonada.
El sexto día pulió con paciencia de alfarero el torso varonil, el cuello, la cabeza, repasó una y otra vez el bordo de la oreja presionó con firmeza las plantas de los pies. Acercó su boca hasta infundirle su aliento ayudó a incorporarse a ese hombre cuya imagen no era semejante a ella y vio que lo hecho era bueno.
El séptimo día el olor a café y pan recién horneado Ja fue trenzando a él se tendió a su lado antes de descansar decidió contar de nuevo los dedos unos a uno pasó su lengua entre ellos encontró gozo en moldear con sus manos un poco del barro que había quedado blando hasta darle forma el séptimo día no hubo reposo.
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