Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe,
y esto no de vosotros, sino que es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe. — Efesios 2:8-9 En el reino de Dios, las cosas simples y (demasiado)
fáciles generalmente son los medios mediante
los cuales Dios cumple Sus deseos en nuestras vidas. El arrepentimiento es una de esas actividades
que se ven fáciles, pero nuestro orgullo personal
tratará de probarle a Dios nuestra valentía
y sinceridad, tal y como lo hizo Naamán. Trata de recordar las palabras del siervo de Naamán:
“Padre mío, si el profeta te hubiera dicho que hicieras
alguna gran cosa, ¿no la hubieras hecho? ¡Cuánto más cuando te dice: “Lávate, y quedarás limpio”! . Recuerda que somos salvos por gracia, no por nuestra
propia bondad o por nuestro propio esfuerzo.
Son “las riquezas de Su [la de Dios] bondad”
y Su “tolerancia y paciencia”,
no Su enojo o frustración, lo que nos llevó al arrepentimiento. Es demasiado difícil para nosotros despojarnos
de nuestras nociones religiosas acerca de Dios
y de Sus intenciones hacia nosotros.
Si no recordamos con cuánto afecto
Él piensa en nosotros y cuánto quiere que estemos
con Él todo el tiempo, sin importar lo que hayamos hecho
o qué tan desesperadamente estemos perdidos
por nuestra culpa, fallaremos en aprovechar
este regalo tan maravilloso llamado arrepentimiento. El arrepentimiento está representado en la Biblia
la mayoría de veces como un regalo, una misericordia,
o un beneficio concedido. No es una línea que
Él dibuja en la arena, no es un precursor
del castigo que preferiría darnos.
Es un enorme error imaginar el arrepentimiento
como una oportunidad para lucirnos ante Dios.
Aunque hemos hecho mal, vamos a intentar
“conciliarnos” con Él mostrándole lo
indignados que estamos con nosotros mismos. Una tentación sutil que todos nosotros enfrentamos
en nuestra vida espiritual es tratar de
“hacernos cargo de las cosas de aquí en adelante”,
apreciar lo que Dios ha hecho por nosotros hasta hoy,
pero tomar la carga de mantenernos a nosotros mismos
en rectitud desde este momento en adelante.
Tratamos de “ser perfeccionados por la carne,”
en lugar de continuar en el Espíritu. En otras palabras,
intentamos comportarnos (en vano) tan bien como podemos
con el fin de ser suficientemente buenos como para podernos
arrepentir de lo que sea necesario por las cosas malas de nuestra vida. Sentimos que es deshonesto contarle al Señor de nuestras
malas obras antes de corregirlas.
Equivocadamente suponemos que debemos esperar
hasta que estemos afuera del bosque,
ya no perdidos, antes de arrepentirnos por haber estado en ellos. Por ejemplo, caemos en la trampa de llegar a la conclusión
incorrecta de que es aceptable arrepentirnos de nuestra
rabia sólo después de haber resistido con éxito la tentación de la furia. Esta es una de las ideas equivocadas básicas que nos
impide querer arrepentirnos. Sin embargo,
después de todo, el arrepentimiento dirige la atención
a varios hábitos, pensamientos, comportamientos
y actitudes que no pertenecen a nuestras vidas. No es lo que sabemos que deberían ser
(nuestra clave del arrepentimiento),
y ya hemos tratado de detenerlos hasta donde nos es posible
y sin ningún éxito perdurable. Si nos imaginamos que
el arrepentimiento es nuestra promesa de nunca volver
a hacer lo que hemos estado haciendo mal,
sólo así tiene sentido que esperemos hasta que la tentación
haya sido completamente conquistaD
antes de poder arrepentirnos legítimamente.
Primero queremos tener nuestro pecado bajo control
para entonces poder arrepentirnos.
No queremos atraer la atención de Dios al pecado
antes de estar preparados para ofrecerle una garantíade
nuestra victoria sobre el pecado, obtenida con mucha dificultad.
Pero eso es como esperar a que tu casa se venda antes de
contratar los servicios de una agencia de bienes raíces o
como querer saber una canción antes de tratar de cantarla;
haber recuperado la salud antes de visitar al médico.
Nociones como ésta son retrocesos. Como el día de descanso,
o la Biblia, el arrepentimiento fue diseñado para servirnos,
y no al revés. Dios no dice: “¡Cambia! y después te puedes
arrepentir legítimamente.” No. Él dice:
“Arrepiéntete. Después podrás cambiar. Hoy se que por mi mismo no puedo cambiar lo necesito a él. Señor consciente estoy de que te necesito y acá
estoy arrepintiéndome de lo que soy y de lo hago. Amén. Dr. Daniel A. Brown. Disfrute tu Diario Vivir.
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