Cierto viejo solitario,
vivía en las profundidades de las montañas
de Colorado. Cuando murió,
sus parientes lejanos vinieron
de la ciudad para llevarse sus cosas de valor.
Luego de llegar, todo lo que ellos vieron
fue una vieja choza con un retrete
adosado a ésta. Dentro de la choza,
cerca de la chimenea de piedra,
había una vieja cacerola y su equipo
de minería. Una mesa llena de grietas
con una silla de tres patas montaban
guardia junto a una delgada ventana,
y una lámpara de kerosene servía
como centro de mesa.
En un rincón oscuro había un
desmoronado catre con una gastada
bolsa de dormir sobre él.
Ellos recogieron algunas de las viejas
reliquias y se dispusieron a partir.
Mientras se iban, un viejo amigo
del solitario, sobre su mula,
les hizo señas que parasen.
“¿Les importaría si yo saco algo
de lo que ha quedado en la cabaña de mi amigo?”,
preguntó. “Vaya tranquilo”,
le contestaron. Después de todo,
pensaron, ¿qué puede haber de valor
dentro de la choza?
El viejo amigo entró a la choza
y caminó directamente hacia la mesa.
Estiró el brazo debajo de ella
y levantó una de las tablas del piso.
Luego procedió a sacar todo
el oro que su amigo había encontrado
en los últimos 53 años, suficiente
como para que se hubiese
construido un palacio.
El solitario murió con un sólo amigo
que lo sabía. Mientras el amigo
miraba por la pequeña ventana
observando la nube de polvo,
detrás de la cual desaparecería
el coche de los parientes, dijo:
“Deberían haberlo conocido mejor”.
Proverbios 17:17 En todo tiempo ama al amigo
y es como un hermano en tiempo
de angustia.
|