Era una laguna de agua cristalina y pura donde
nadaban peces de todos los colores existentes
y donde todas las tonalidades del verde
se reflejaban permanentemente…
Hasta ese estanque mágico y transparente
se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía,
la tristeza y la furia.
Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas,
las dos, entraron al estanque.
La furia, apurada (como siempre está la furia),
urgida -sin saber por qué- se baño rápidamente y
más rápidamente aún salió del agua…
Pero la furia es ciega, o por lo menos,
no distingue claramente la realidad,
así que desnuda y apurada,
se puso, al salir, la primera ropa que encontró…
Y sucedió que esa ropa no era la suya,
sino la de la tristeza…
Y así vestida de tristeza, la furia se fue.
Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre,
a quedarse en el lugar donde está,
la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro
(o mejor dicho sin conciencia del paso del tiempo),
con pereza y lentamente, salió del estanque.
En la orilla encontró que su ropa ya no estaba.
Como todos sabemos,
si hay algo que a la tristeza no le gusta
es quedar al desnudo,
así que se puso la única ropa que
había junto al estanque, la ropa de la furia.
Cuentan que desde entonces,
muchas veces uno se encuentra con la furia,
ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos
damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta
furia que vemos, es sólo un disfraz,
y que detrás del
disfraz de la furia, en realidad…
está escondida la tristeza.
Autor : Jorge Bucay