Las miradas son árboles que se deshojan. Hay que penetrar lo compacto, que taladrar el misterio para descubrir el suelo cubierto de álamos, de olmos, de palmípedos cedros.
La prieta vegetación humilla bajo el peso del tiempo su copiosidad radiante, de éteres húmeda... ¡Ah el precipitado ímpetu de las ramas, de las miradas cortándose de sus troncos!
Apenas algo, apenas el ácido vaho que dilatan los dientes del rebaño implacable cuando muerde el pasto... Humarada invisible de verdor desgarrado, cálido penacho de olores.
Las perdemos, cortándonoslas inconscientes de larga contemplación. Y nos quedamos en tierras desiertas, en arrasadas orillas, en fingidos oasis sin agua ni palmeras. ¿Por qué, hasta cuándo, en qué momento se reunirán todas esas miradas en haz trepidante, para hacerse breve rayo definitivo?
¡Este viscoso suelo resbaladizo, las mareas de hojas que eran ojos agarrándose a las cosas, a los seres, a la ilusión de ver!
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