ALBOR
Escuchaba a lo lejos el leve sonido de unos pasos, de repente era como si pisaran hojas secas sobre el suelo. No veía nada, estaba inmersa entre las sombras de la noche, de la oscuridad palpable. Sus párpados se movían en un intento por mostrar sus ojos, pero ella permanecía sumisa ante su dolor y el miedo de abrirlos para simplemente seguir viendo fantasmas. Se rehusó y prefiero tan sólo escuchar aquellas pisadas que parecía se iban acercando.
Aparecieron entonces los monstruos de sus pensamientos queriendo culparla, queriendo castigarla por los errores pasados: todo lo que se hizo y lo que se dejó de hacer. Parecía como si el dolor perforara su pequeño cuerpo, como si cada pensamiento fuera una aguja que atravesara sus carnes, su piel emplumada. No podía levantarse, sus alas no respondían, su plumaje comenzaba a doler porque se había convertido en hielo por causa de las ventiscas de la noche.
Y allí estaba, tirada sobre el suelo, pobre ave con miedo, pobre pajarillo herido. Creía que su pico era sellado para siempre por el silencio, creyó morir rodeada de fantasmas, de figuras oscuras, en tiempos difíciles. Fue entonces que sintió un leve toque de calor entre tanto temblor. Su cuerpo por fin era tocado por un rayo de luz, sabía que era luz porque aunque tuviera los ojos cerrados era tanta la iluminación que traspasaba levemente sus párpados, encandilaba porque toda luz tiene esa propiedad cuando rompe los cercos de la noche.
Había algo allí afuera, no era un monstruo o algo que pudiera causar daño porque estas cosas carecen de luz, todo lo que brille con luz jamás puede representar al mal. Además, lo único que rompe las paredes de la noche es la luz, y ella sentía que la noche estaba rota, o se estaba rompiendo. Se emocionó y su pequeño corazón latió, en toda la noche no había sentido su corazón latir, sabía que estaba viva porque le dolía respirar, era tan difícil, estaba en un terreno tan hostil para ella.
Jamás la noche había sido tan oscura hasta el punto que ella dejó de verse a sí misma para comenzar a ver tan sólo su sombra. Y el foco de luz se hizo mayor, ahora el espacio luminoso ocupaba todo su cuerpo, pequeño cuerpo de ave perdida. Sintió tanta esperanza que se llenó de coraje y por fin intentó abrir sus ojos de verdad y le costó, le costó porque el tiempo oscuro se había prolongado tanto que no creía en milagros, no creía que el sol pudiera nuevamente aparecer para darle la bienvenida.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que pensó que ya ella era parte de la noche. Por fin sus ojos se abrieron de par en par y el Sol la iluminó, parecía un Ángel, no lo creía, no podía ser posible… pero lo era. Poco a poco veía como ese halo de luz se expandía y la noche comenzaba a ceder, porque lo oscuro no le puede ganar a la luz, porque lo oscuro no es más que la ausencia de luz y cuando la luz ya no está ausente todo se vuelve cálido, se vuelve cercano, se llena de vida.
Sintió una nueva manera de respirar, ya no le dolía, estaba saliendo de ese terreno hostil que tanto le hizo daño, que casi desangra sus sueños, de esa pesadilla que la noche intentó hacerle creer que ella era parte pero no, llegó su Sol para decirle lo contrario. Le recordó que su verdadera vida estaba surcando los cielos, allí donde el silencio no traduce pesar sino reflexión, donde se cierran los ojos no para evitar ver el horror sino para encontrar la paz interior, en el cielo donde la brisa roza tu cara y es algo mágico.
Movió sus pequeñas alitas preparándolas para volar, tenía temor de que tanto estar en el suelo hubiese ocasionado que ella olvidara cómo alzar el vuelo, pero su corazón la guiaba y ella entendía que el cielo era el límite, que su sueño de despegar podía ser posible, tenía tanta fe que a pesar de las adversidades comenzó a batir con determinación sus alas y voló, poco a poco iba ascendiendo más y más, su meta era la luz y ella la alcanzaría porque ya no quería estar a merced de la noche.
Sentía tanta paz ahora, ya los monstruos que la habían acechado antes no existían. Esa montaña de preocupaciones ya no estaba, tenía un sueño que podía ser realizado y así sería. Su Sol fue su guía y su fuerza, la esperanza que la hizo levantarse y salir de aquel abismo. Que llenó de colores nuevamente su vida y la motivó para luchar por lo que ella creía.
Él marcó el amanecer, el recomenzar porque le hizo creer que a pesar de las sombras, y lo que ellas habían ocasionado, era posible volver a levantarse y seguir adelante, comprendió que posiblemente existirán muchas noches pero lo maravilloso de ellas es que al siguiente día iba ver a su Sol. A partir de allí, el nuevo amanecer estaría lleno de alegrías.
Al levantarse el Albor los monstruos del ayer serán parte del pasado. Jamás la noche podrá opacar la majestuosidad del día. Es probable que conozcas las sombras de la noche porque a todos persigue y a todos alcanza en algún momento de la vida. La diferencia la hace el despertar hacia un nuevo inicio, el sol del nuevo amanecer… Despertar al nuevo Albor.
¡Despierta porque la Luz ha llegado! Y la Luz no se apaga aunque soplen fuertes vientos, porque esa Luz es alimentada por el Poder del Corazón.
Que las sombras de la noche, se queden en la noche. ¡Despierta al nuevo Albor! Sólo podremos valorar el milagro del nuevo amanecer, si lo hemos esperado desde la oscuridad… Valió la pena la espera, ya lo verás…
¡Este es tu nuevo Albor!