Se va hacia atrás el horizonte. La estrella Sirio vuelve hasta su origen (¿cuál, oh dioses, a dónde va con esa prisa oscura?). Otros planetas surcan, en órbitas, mi sangre. El agua ya es tiniebla, el árbol se comprime. ¿Por qué la estrella y la conciencia? ¿Por qué la tempestad, inhóspito, el desierto? El sol de cobre derretido y llaga. El polvo, el óxido, la lengua.
Todo viene hasta aquí. Lo mismo un perro que una hormiga, hasta el centro, en mi vértebra impar, en mi jardín izquierdo, aquí, junto a mi mano torpe. Como si el pelo, la pupila, los tejidos, la sangre polvo y la ceniza ronca. Toca el tiempo con dedos húmedos la lenta y larga, tranquila voz de las castañas.
Se desnuda un sonido cadáver. Todo viene hasta aquí, lento y furioso. La amada que lastima y la ciudad herrumbre, el tiempo, plazas, árboles, siniestros. Un rostro azúcar tal vez en la ventana. Los tristes, los zapatos. Lo mismo el odio que el metal y el cuero. La ciudad, insisto, que se estira, el tiempo, el rostro ayer y la agonía, el ojo hundido, ciego, en la borrasca. Llega la pobre lavandera, cruje ya el cielo lastimado de humo.
Un cuervo azul sobre el azul desliza su vuelo duro contra el bosque ausente. Pastan caballos en el bosque magro. El ala luz de la paloma leve silba un látigo dulce y aroma el aire el vuelo. Viene un ladrido horror contra la luna. Viene el lucero Venus, Aldebarán, la Cruz del Sur, en grave, callada gracia giran, crecen en un relámpago de acero. Igual que este dolor en el costado. Igual como estridula el grillo. Lo mismo que un disparo o una tortuga gris con ojos miopes. Igual que un árbol diminuto, torturado. Lo mismo que el cartílago del pollo, que la sangrante voz del bajo.
Todo viene hasta aquí y dulce, torpemente, canta. Igual que el más pequeño de mis vasos, tan necesario el astro como el ave. Vienen aquí. Quema el sonido de la luna fría.
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