¿Acaso, yo mismo he de perdonar a Dios…? Hay momentos en que he estado al borde de mi vida, aniquilado por las adversidades, derrotado por las tribulaciones, agobiado por las lamentaciones, penas y amarguras; masticando en mi boca únicamente, el sabor más intimo,
de la miseria.
Encontrándome sin ningún vestigio de luz, en una oscuridad tan fría como desolada, sin esperanza o quizás en su total presencia; sin el menor indicio de aliento, consuelo
o coraje para seguir viviendo; sólo y abandonado, lamiendo mis propias heridas. He comprobado la muerte aún estando con vida, he podido sentir la peor de las cegueras humanas, al cerrar mis ojos al espíritu; permitiendo que todo mi ser fuera sólo carne, carne tan podrida y tan insípida,
que ni los mismos gusanos querrían comerla.
Y, estando en el mismo borde de mi vida, a un sólo paso de cruzar la línea, línea que por cierto no imaginé fuera tan ancha, he dicho: ¿Por qué sigo viviendo?… ¿Por qué aún no he muerto?…
¡Dios, ten compasión de mí, quítame este tormento! ¡Perdóname, porque no quiero seguir viviendo…! Pero, en ese momento, escucho una voz, y digo: ¿qué pasa?, ¿qué es esto?, ¡¿acaso un sueño…?!
La voz que escucho, sale de mí, desde lo más adentro, y entonces, pregunto: ¿Quién es?… ¿De quién es la voz?… ¿Eres Tú, mi Dios?… ¡Dime, ¿eres Tú…?!
Y la voz dice: “¡Sí! ¡Soy Yo! Yo quien te digo: “¡Hijo, perdóname…!” ¡Señor, mi Dios!
¿Pero, cómo?… ¿Cómo Tú, me dices eso?… ¿Qué puedo yo perdonarte, cuando es todo lo contrario…?
Nuevamente, escucho la voz: “¡Hijo, desde antes que tú lo pidieras o quisieras, Yo, ya te había perdonado…! Ahora, mi querido hijo, sé que te servirá más que tú me perdones a Mí…”
Y continúa diciendo: “Hijo, perdóname, por regalarte: La vida, el universo, la luz, el día, la noche, el sol, la luna, las estrellas,…”
“Hijo perdóname, por darte: El agua, el aire, el viento, el mar, los árboles, las montañas, las flores, los animales,…”
“Hijo perdóname, si por haberte amado tanto, sentiste que te abandonaba…”
“Hijo perdóname, si por dejarte libre, sentiste que no te ayudaba…”
“¡Hijo, mi amado hijo: Perdóname, si por dártelo todo, sentiste que no daba nada…!”