No me dejes tan solo, tengo miedo;
un miedo horrible de que llegue el día
y no esté preparado a ir a su encuentro.
Si esto ocurre, la noche será eterna,
y las tinieblas siempre, como un sueño,
me harán ir por el mundo sin camino,
errante, sin oriente, como un muerto.
Ven a buscarme tú, que eres mi aurora;
alúmbrame, mi amor, que ya presiento
que si tu luz no viene ante mis ojos,
se van a quedar ciegos.
Y yo quiero mirar y ver la vida
alegre y sonriente, y, sin esfuerzo,
con la risa en el alma y en los labios,
al ver nacer el sol, ir a su encuentro.
Y reír junto a ti y amar la vida,
y hacer nacer un mundo en cada beso;
un mundo de belleza y de poesía,
un mundo todo amor, como un reflejo
del mundo que soñamos sin palabras,
temblando de emoción, ante el misterio
de comprobar que el alma se estremece
al escuchar: "te quiero".
¿Comprendes, amor mío, mis palabras?
¿Ya ves cuál es mi miedo?
No quiero que otra noche me sorprenda
sin besarte de nuevo.