Bien desgraciada es tu suerte, fuentecilla que sin cauce viertes tus límpidas aguas en los yertos arenales. Por más que en dulce murmullo tus penas digas al aire, en el espacio perdidos se extinguirán tus cantares. Bien desgraciada es tu suerte, que apenas al mundo naces consume la ardiente arena tus cristalinos raudales. ¡Pobre fuente que, ignorada, de esas yermas soledades por las inmensas llanuras te miras vagar errante! ¿De qué te sirven, cuitada, esos límpidos cristales que rizan la blanca arena sobre que emprendes tu viaje? ¿De qué te sirve que puras broten tus aguas natales si no llegará a beberías el sediento caminante? ¿Por qué mientras tú, olvidada, tus puras aguas esparces, hay otras fuentes dichosas que ciñen floridas márgenes; Que, resbalando tranquilas por los deliciosos valles, son espejo de las flores y encanto son de las aves? Pero ¡ay! tal vez más dichosa tu aislada vida resbale en ese vasto sepulcro en que se ahogan tus ayes; que, ajena a falsos placeres en el retiro en que yaces, tal vez te agobian deseos, mas no te matan pesares. Y no hay una planta impura que con sucia huella manche esa clara transparencia de tus aguas virginales. ¡Dichosa tú que, ignorada en el retiro en que yaces, no hay por qué temas del mundo a los furiosos embates; y, en tu inocencia escudada, sin saber de flores ni aves, tal vez abrigas deseos, mas no te matan pesares!...
ADOLFO DE LA FUENTE
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