SOLEDAD DEL ALMA
Mi alma yace en soledad profunda árida, ardiente, en inquietud continua, cual la abrasada arena del desierto que el seco viento de la Libia agita.
Eterno sol sus encendidas llamas doquier sin sombra fatigada vibra; y aire de fuego en el quemado yermo bebe mi pecho y con afán respira.
Cual si compuesto de inflamadas ascuas, mi corazón hirviéndome palpita, y mi sangre agolpada por mis venas con seco ardor calenturienta gira. En vano busco la floresta umbrosa o el manantial del agua cristalina; el bosque umbrío, la apacible fuente lejos de mí, burlando mi fatiga, huyen y aumentan mi fatal tormento falaces presentándose a mi vista.
¡Triste de mí!, de regalada sombra, de dulce agua, de templada brisa, en fértil campo de verdura y flores con grata calma disfruté yo un día; cual abre el cáliz de fragancia lleno cándida rosa en la estación florida, fresco rocío regaló mi alma abierta a la esperanza y las delicias.
José de Espronceda
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