Se trataba de un día cualquiera. La luz de la ventana alumbraba la cámara mientras Bob McClusky fumaba un cigarrillo delante del ordenador. Bob trabajaba desde casa, así que solía pasarse buena parte de la mañana en su sillón de cuero. Solía levantarse temprano, por allá a las 6.30, se daba una ducha, siempre con agua fría, encendía un cigarrillo y se sentaba delante de la máquina. Solía estar unas 3 horas escribiendo código y después se dedicaba a revisar y optimizar lo que había escrito. Pero ese día era diferente.
Bob era un hombre organizado, casi manioso en su estilo de trabajar, no soportaba para nada los sucesos inesperados. Había tenido mujeres que le calentaban la cama, pero ninguna de esas relaciones había cuajado realmente. En ocasiones parecía que amaba más a su máquina, esa computadora blanca como la nieve, con una manzanita en la parte trasera con la que compartía buena parte de su jornada laboral. Pero ese día sucedió algo inesperado. Cuando apenas estaba en su segundo cigarrillo, el timbre de la casa sonó. Era un timbre viejo que funcionaba con una especie de resorte mecánico que picaba sobre una madera.
Últimamente nadie llamaba a su puerta, así que en un primer momento no reaccionó. Fue al tercer timbrazo cuando se dio cuenta que realmente alguien estaba llamando. Se levantó sin hacer ruido y se dirigió hacia allá. A través de la mirilla pudo observar a una mujer de unos 29 años, jovial y con aspecto travieso mas un ligero aire de inteligencia. Bob dudó si abrir la puerta, de dónde había salido esa mujer?, se pregunto para sí. No fue hasta el siguiente golpe de timbre que abrió como un resorte. La mujer, en efecto, era tan bella y a la vez tan sencilla como le había parecido a primera vista. Su mirada, tras unas gafas negras apenas perceptibles, se quedó fija en sus ojos y él no supo que decir. -¿Es usted el señor Bob McClusky?- -ehh, sí-, respondió con la mente en otro lugar. ¿Qué podía querer de él una mujer así?, era más de lo que nunca había soñado conocer. -Soy la responsable de gestiones de Sys Systems, empresa para la que usted trabaja, mi visita le debería haber sido comunicada por teléfono- Tras unos segundos de duda, Bob respondió. -Lo siento señorita, pero no ha sido así, nadie me había dicho nada- -No es problema, ¿le molesta que vayamos a tomar un café y hablamos?-. Bob estaba como hipnotizado, entró al piso, cogió su chaqueta y echó a andar detrás de aquella mujer.
El pasillo estaba inusitadamente oscuro, el viejo fluorescente apenas alcanzaba a ofrecer unos amarillentos rayos de luz que no hacían más que acuciar la oscuridad eminente. Salieron a la calle. La mujer parecía más vieja bajo la luz otoñal, pero su belleza se mantenía intacta. Caminaron en silencio durante cinco minutos, Bob no sabía qué decir, y la señorita no parecía tener ninguna intención de decir nada.
Entraron a un pequeño café que en otros tiempos había frecuentado, lo recordaba acogedor, perfecto para después de un paseo. Pero ese día parecía haber perdido todo el encanto que antaño podía tener. Se sentaron en un lugar apartado, lejos de los otros ocupantes del local, y la mujer se dispuso a hablar. Hablaron sobre la empresa y los planos de futuro de ésta.
No sabía por qué pero algo comenzaba a no gustarle. La mujer, que en un principio le había parecido el ser más bello del firmamento, parecía perder encanto tras cada momento que pasaba. Además, ¿qué sentido tenía que su empresa le enviase la responsable de gestiones para hablar con él? Él simplemente hacía lo que le pedían, si era algo tan importante, podrían habérselo comunicado por correo electrónico. En un momento dado, la mujer se disculpó, se levantó y fue al baño. Le llamó la atención que se llevase también el bolso, pero no le dio mayor importancia. Tras diez minutos de espera comenzó a extrañarse. Se esperó un poco mas y entonces decidió ir a buscarla. Pero ni rastro, nadie sabia nada de ella, dijeron que no había entrado nadie con él al local. Confuso y pensativo al mismo tiempo anduvo lentamente, como si tuviese todo el tiempo del mundo hasta llegar a su apartamento. Una vez en el ascensor, no sabía que pensar de lo que le había pasado. Cuando llegó a su planta, el corazón comenzó a palpitarle más deprisa, no sabía porqué pero tenia miedo de llegar a su habitación. La puerta estaba entreabierta, un haz de luz salía por las rendijas. Se armó de valor y abrió de par en par la puerta. Ante el yacía un hombre joven en el suelo, cubierto de sangre. Al principio no lo reconoció, pero era él mismo.
En ese momento se levantó sudando, estaba en un hospital. Miró en derredor y vio a una joven infermera. Qué me ha pasado le preguntó? La joven le miró con ojos desorbitados y le comenzaron a caer lágrimas de los ojos. -Un joven le encontró tirado en su apartamento con 5 puñaladas en el abdomen, nadie pensaba que sobreviviría- le dijo como pudo.
Cinco meses más tarde Bob se casó con dicha infermera y se trasladaron a una hermosa casita en las afueras. En cuanto a la mujer que le visitó en su apartamento o lo sucedido sobre las puñaladas, nadie descubrió nada ni supo decirle nada certero, pero en las noches solitarias aún parece perseguirle aquella hermosa figura de ojos azules y mirada profunda. Y la piel se le eriza y el corazón le palpita, como si sintiese por primera vez aquel antiguo timbre de madera.
