Cuando la vecina pasaba, el loro del peluquero siempre le gritaba sin piedad:
- Buen día, puta!
Hasta que un día ella no aguantó más y reclamó
airadamente al peluquero, que -como modo de castigar al loro
por su mala conducta- lo pintó de negro.
Al día siguiente la mujer volvió a pasar por la peluquería y el loro,
ahora pintado de negro, no dijo absolutamente nada.
La mujer, triunfante, lo provocó:
- Ahora estás calladito, ¿no?
A lo que el loro, con aire de olímpico desprecio, respondió:
- Cuando estoy de smoking no hablo con putas.
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