En un jardín había una preciosa rosa pero nadie se atrevía a cortarla porque a su lado siempre estaba un sapo grande, gordo y feo.
Un día, la rosa, muy disgustada, le pidió que se alejara de ella pues le parecía que su presencia desmerecía su belleza.
El sapo muy triste, se alejó.
Al cabo de una semana, la echaba tanto de menos que quiso pasar a verla. La encontró desmejorada, lánguida y decaída... ¿Qué te ha pasado? Le dijo consternado. ¿Por qué tus pétalos se están marchitando?
La rosa le contó que las hormigas la habían invadido y se la estaban comiendo de día y de noche. Y se dio cuenta, en ese momento, de que eso no ocurría cuando estaba el sapo pues él se las comía a todas, impidiendo que la tocaran y conservando así su hermosura.
También nosotros somos a veces como la rosa, no nos damos cuenta del bien que nos hacen las personas que están a nuestro lado y llegamos a despreciarlas, a ignorarlas, sin valorar su cariño, su constancia y su lealtad.
Aunque, afortunadamente, tú no eres un sapo,
¡GRACIAS POR ESTAR CONMIGO!
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