Damián y Humberto caminaban entre las lápidas y panteones del cementerio.
- Justo hoy nos mandan pintar el muro de este cementerio - comentó Damián - ¡Bueno! Yo
no creo en nada, ¡pero justo hoy!
- ¿Y que tiene de especial hoy? - preguntó Humberto.
- ¡Humberto! ¿Dónde vives? ¿En la luna? ¡Hoy es el día de halloween, el día de brujas.
- ¡Ah! No me acordaba. Pero mismo, justo hoy… - Humberto echó un vistazo a su alrededor.
Por un momento los dos miraron hacia todos lados. Densas nubes oscuras, habían ocultado
al sol durante todo el día. De un instante a otro, el cementerio les pareció mas lúgubre. Un
trueno que llegó desde lejos los hizo estremecerse. Humberto señaló hacia arriba con el pulgar.
- Si empieza a llover nos vamos ¿No?
- Sí, pero hasta que no llueva tenemos que seguir. En cualquier momento puede caer el capataz,
y no soy santo de su devoción; así que a trabajar - le contestó Damián.
Mientras pintaban el muro, tenían el cementerio a su espalda, así que cada tanto volteaban y
buscaban con la vista; no sabían qué.
- Se te está chorreando - observó Damián - No cargues tanto el pincel.
Como Humberto trataba, con rápidas pinceladas, de emparejar su trabajo, y Damián lo vigilaba,
sin dejar de hacer el suyo; por un largo rato no voltearon.
Un trueno los estremeció nuevamente, distrayéndoles de su trabajo por un instante.
Voltearon a la vez, y vieron algo que los horrorizó.
Cientos de fantasmas se desplazaban por el cementerio: caminando, deslizándose, o volando.
Atravesaban las lápidas y los panteones, surgían desde la tierra; esqueletos y cuerpos enteros,
algunos más corrompidos que otros. También algunos cráneos, cruzaban volando como
pájaros.
Un rayo calló cerca de allí, y luego comenzó a llover copiosamente. A esa altura los dos
estaban contra el muro, uno al lado del otro. Damián rezaba tartamudeando, Humberto
sólo repetía: - ¡No puede ser, no puede ser!
En un instante los fantasmas habían desaparecido. Se miraron uno al otro y se echaron a
correr. En la salida del cementerio se cruzaron con el capataz, que al verlos tan apurados
les dijo:
- ¡Ey! ¿Que tanto apuro tienen? Por una lluviecita, ni que fueran de azúcar…