Y mirándole Jehová, le dijo: «Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No le envío yo? Entonces le respondió: «Ah, Señor mío, ¿Con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre.
Jueces 6:14,15
Todos conocemos la historia. Después de entrar en la tierra prometida, los israelitas fueron gobernados por una serie de jueces. Aquel fue un tiempo caracterizado por la apostasía y el consiguiente castigo divino. Y cuando los israelitas clamaban a Dios, arrepentidos, el Señor les enviaba un libertador.
Por desgracia este ciclo se repitió muchas veces, hasta que llegamos al caso de Gedeón. «Los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová; y Jehová los entregó en mano de Madián por siete años" (Jue. 6: 1). Después de siete años de opresión, Israel clamó a Dios por liberación, y el Señor escuchó el clamor de sus hijos, y decidió enviarles a Gedeón. Cuando Dios se acercó a Gedeón, este se hallaba trillando trigo en secreto, para que los madianitas no se lo arrebataran.
Como dice el versículo de hoy, cuando Gedeón recibió el llamado de Dios, respondió con temor. Veía la empresa de salvar al pueblo de Dios demasiado grande.
"¡Cómo! ¿Yo? ¿Siendo pobre? Soy el menor en la casa de mi padre. Mi clan es el más pequeño. ¿Y me elige Dios para libertar a su pueblo? No puedo aceptar este llamado".
Gedeón se sintió atemorizado por la grandeza de la empresa y porque se sentía pequeño e indigno. Pero Dios veía en Gedeón al próximo libertador de Israel. Gedeón veía debilidad, pero Dios veía fuerza. Gedeón veía el fracaso, pero Dios veía la victoria en el futuro. El concepto que Gedeón tenía de sí mismo lo incapacitaba. ¡Qué bueno es que Dios nos considere a cada uno de una manera diferente a la que nosotros mismos nos consideramos!
Pongamos a un lado el equipaje de nuestro pasado, que nubla, oscurece y distorsiona la visión que debemos tener de nosotros mismos. Dejemos de ver nuestra vida a través del filtro del presente y del pasado y pongamos nuestros ojos en la visión de Dios. Él ve las victorias que tú lograrás mañana. Él ve el potencial de cada uno de sus hijos. No recogedores de espigas derrotados, sino hombres y mujeres que obtendrán victoria tras victoria hasta el día del regreso de Jesús.
Dios nos llama para colaborar en la gran empresa de la salvación del mundo y de nosotros mismos. Aceptemos el llamamiento. Él nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos.
Que Dios te bendiga,
Septiembre, 29 2009
oramos por ti.