El propio acto de orar es una bendición. Orar es, por decirlo así, como darse un baño en un fresco arroyo susurrante, para escapar del sol veraniego de la tierra. Orar es remontarse sobre alas de águilas por encima de las nubes y llegar al claro cielo donde mora Dios. Orar es entrar en la casa del tesoro de Dios y recibir provisiones de un almacén inagotable. Orar es asir al cielo con las manos, abrazar a la Deidad dentro del alma, y sentir que el cuerpo de uno es convertido en un templo del Espíritu Santo. Aparte de la respuesta, la oración es en sí misma una bendición. Orar, hermanos míos, es deshacernos de las cargas, es librarnos de nuestros harapos, es sacudirnos de nuestras enfermedades, es ser llenados de vigor espiritual, es alcanzar el punto más elevado de la salud cristiana. Que Dios nos dé en abundancia en relación al arte santa de argumentar con Dios en oración. Spurgeon |