El deseo de entregarse a sí mismo a Dios es un asunto de sentimiento y actitud. Podemos bloquearnos negándonos a crecer en nuestras relaciones o desear contarle todo lo que hay en nuestros corazones. François Fenelon expresó bien esta idea en las siguientes palabras:
Dígale a Dios todo lo que hay en su corazón como quien se desahoga contando sus alegrías y tristezas a un querido amigo. Cuéntele sus problemas para que le consuele; cuéntele sus alegrías para que las modere; cuéntele sus anhelos para que los purifique; cuéntele sus aversiones para que le ayude a conquistarlas; háblele de sus tentaciones para que le escude de ellas; muéstrele las heridas de su corazón para que las sane … Cuéntele cómo su amor propio le hace tratar injustamente a otros, cómo la vanidad le tienta a ser insincero, cómo el orgullo le enmascara ante usted y otros.
En otras palabras, dígale a Dios todo, lo bueno y lo malo, en actitud de franqueza y espontaneidad. J. Maxwell