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¿DE VERAS VALE TODO EN EL AMOR? |
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Carmen Posadas | |
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Hacia 1850, Gustave Flaubert, autor de Madame Bovary, escribía una carta a su amigo Louis Bouilhet en la que le anunciaba su intención de hacer una especie de diccionario al que pensaba llamar La enciclopedia de la estupidez humana. En él pretendía recoger todas las simplezas y tonterías que, de tanto repetirlas, se habían convertido no sólo en lugares comunes, sino en ideas o verdades que nadie se tomaba la molestia de rebatir a pesar de ser bastante idiotas. Así, a lo largo de muchos años (tantos que su labor quedó inacababa a la hora de su muerte) fue reuniendo una larga serie de bobadas que sería muy largo enumerar aquí, pero que se parecen a muchas que actualmente damos por ciertas. Me refiero a frases como «Yo lo que deseo es ser el mejor amigo de mis hijos» o «Mi edad no está en mi carné de identidad, sino en mi espíritu» o «En el amor y en la guerra todo vale». Sobre las dos primeras creo que ya hemos hablado en otra ocasión. Por lo visto lo guay es ser colegui de los hijos, ir de igual a igual, olvidar la disciplina, con lo que, cuando uno quiere darse cuenta, lo que tiene en casa es un malcriado de tomo y lomo, cuando no un delincuente juvenil. La bobada de no querer reconocer la edad es igualmente imbécil. Está muy bien sentirse joven y todo ese blablá, pero ¿qué tiene de malo envejecer? ¿Acaso cada edad no tiene su belleza, su parte maravillosa? No aceptar lo que uno es no puede ser más que una fuente perpetua de infelicidad. En cuanto al tercer lugar común, al de que todo vale en el amor, les voy a contar una historia que he vivido de cerca. Tengo una amiga enferma de cáncer a la que su marido acaba de dejar para irse con su mejor amiga. «Lo estoy pasando muy mal –me dijo–. Alberto me confesó el otro día que lo sentía mucho, pero que se había enamorado de Alicia. Al menos ha sido honesto conmigo. En el amor todo vale, me podría haber pasado a mí. ¿No crees?» Desde luego, el que no se consuela en esta vida es porque no quiere, está clarísimo, pero yo creo que le hacemos un flaco favor a la sociedad dando por buenas falacias de este tipo. No, por mucho que lo digan los telecotillas de la tele. No, por mucho que lo sostengan los autores de esos librillos new age. No, por mucho que lo repita hasta el sursuncorda: no vale todo en el amor ni tampoco en la guerra. En la guerra no vale, como sabemos ahora que se están descubriendo los horrores de la era Bush, saltarse las reglas que nos hemos dado. No se puede obviar la convención de Ginebra; no se puede torturar; no está permitido el genocidio. En el amor pasa tres cuartos de lo mismo. A poco que uno reflexione se da cuenta de que no vale robarle el marido (ni tampoco la mujer, obvio) a un hermano o una hermana. Por ejemplo, tampoco vale abandonar a los hijos «por amor» o acostarse con un menor porque «Oh, cielos, me he enamorado». No ignoro que la pasión es algo difícil de controlar, pero todas estas situaciones que acabo de apuntar no ocurrirían o –mejor dicho– no prosperarían si uno no fuera tan egoísta creyendo que todo se justifica por amor. Porque, en realidad, la frase de marras no es más que una justificación cómoda y aceptada socialmente, que lo único que consigue es hacer más grande aún el egoísmo y el solipsismo que parecen haberse convertido en la pagana religión de estos tiempos en que vivimos. No pretendo ser inquisidora de la moral ajena, pero me parece que es importante poner negro sobre blanco alguna de estas «estupideces», como las llamaba Flaubert, y que la moral actual nos hace tragar sin masticarlas. Cuando una falacia «nos viene bien», es fácilmente aprobada por la sociedad y todo el mundo se apunta: «Lo siento-me enamoré-él/ella me dijo ven y-lo dejé todo-ciao-hasta nunca-que te vaya bonito». Suena muy bien, muy romántico y muy de bolero, pero la vida, siento decirles, no es un bolero. En realidad, pienso que deberíamos poner más en práctica esa premisa kantiana según la cual «no hay que hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros». Ése sí que es un lugar común y una frase hecha que debería perpetuarse, y no otras tan imbéciles. | |