El sol y el viento
Hace muchos años circula por el mundo una fábula aleccionadora sobre las bondades de los modales suaves. Nos enseña aquello que, lamentablemente, no medimos a la hora de expresarnos frente a nuestros semejantes. Dice así la leyenda educativa:
"Discutieron un día el sol y el viento acerca de cuál de ellos era el más fuerte. El viento dijo:
-Te demostraré que soy el más fuerte. ¿Ves aquel anciano envuelto en una capa? Te apuesto a que le haré quitar la capa más rápido que tú.
"Se ocultó el sol tras una nube y comenzó a soplar el viento, cada vez con más fuerza, hasta ser casi un ciclón, pero cuanto más soplaba tanto más se envolvía el hombre en la capa. Por fin el viento se calmó y se declaró vencido. Y entonces salió el sol y sonrió benignamente sobre el anciano. No pasó mucho tiempo hasta que el anciano, acalorado por la tibieza del sol, se quitó la capa. El sol demostró entonces al viento que la suavidad y la amistad son siempre más poderosas que la furia y la fuerza".
Del mismo modo las palabras ásperas, fuertes, rudas, soeces, sólo consiguen que nuestros ocasionales contradictores se "envuelvan" más en sus "capas" de soberbia, arrogancia, vanidad, orgullo. Se pondrán, entonces, contra nosotros con mayor ahínco.
En cambio, las palabras suaves, consideradas, respetuosas, amables, gratificantes, bondadosas, obsequiosas, cordiales, hacen que nuestros opositores se "quiten" aquellas "capas". Pronto se pondrán de nuestro lado; y hasta pueden llegar a convertirse en amistades muy valiosas. La realidad nos demuestra que cuando hacemos uso de palabras de este último tenor ablandamos el corazón de los demás. Así que lo inteligente es usar palabras que denoten la tibieza envolvente del amor al prójimo; no las que transmiten aspereza, ofensa y desazón.