Ha muerto el hombre que yo fui, te lo prometo, incluso siento pena por él; tan falso, tan cruel, tan bohemio, tan absurdo en su vivir, tan grotesco.
Ha muerto hoy, pero es para mejor. Rescatemos de él lo poco que era verdadero; el amor por su trabajo, su falta de dinero, la pasión con la que de ti me hablaba a cada momento.
Murió, pero se fue contento. En sus labios tenía tu nombre, junto al sabor de la culpa, en sus ojos, el paisaje más sereno y en su boca un último deseo: darte al volver un abrazo sincero.
Y yo, que soy quien escuchaba su añoranza por tus besos, debo esperar tu regreso, tras ocho meses de silencio, darte el abrazo que te debo y dejar atrás al que ha muerto.
No lloraré, ya habré llorado todas las lágrimas que le debía a la vida. No dudaré, las dudas no existirán si veo en ti una mínima sonrisa. No soñaré, pues mi más grande sueño se estará cumpliendo. Y renaceré, para reinventar el amor que había inventado para ti.
Sí, porque a partir de hoy, te amaré por los dos, pues te confieso que yo, cuando él me hablaba de ti, también... ¡también te amaba en silencio
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