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El vaso medio lleno |
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Carmen Posadas |
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Hay artículos, como este que ahora leen, que escribo más para mí que para ustedes. Normalmente no lo confieso, pero me ocurre con cierta frecuencia que decido escribir un artículo para grabarme en la mollera cosas que tiendo a olvidar, aunque sean obvias. Hay un rasgo de mi carácter contra el que lucho desde la infancia y es este: soy una persona terriblemente inconformista (eso, por no decir insatisfecha, que suena aún peor). Habrá quien piense que insatisfacción no es un defecto, sino muchas veces una virtud. Al fin y al cabo, si el ser humano no fuera inconformista e insatisfecho, nunca habría inventado la rueda y mucho menos Internet; jamás habría descubierto la penicilina o el modo de extirpar tumores. El hombre conformista y satisfecho seguiría ahora mismo en la caverna, tan contento con recolectar unas cuantas bayas y cazar un par de conejos (lo del mamut no es plato de conformistas, menuda trabajera cazar mamuts). Estoy de acuerdo, por tanto, con que puede ser un defecto muy útil y, como ya les he contado en alguna ocasión, yo le debo mucho más a mis defectos que a mis virtudes en esta vida, por lo que no reniego de mi insatisfacción. Si no la tuviera, posiblemente ahora a mis cincuenta y ocho añazos sería una encantadora abuelita de sienes plateadas y con unos cuantos kilos de más dedicada únicamente al placer de hacer tartas de manzana a mis nietos, Jaime y Luis. Me apresuro a decir que no tengo nada que objetar contra quien haya elegido este camino -no hay caminos buenos ni malos-, pero sé que habría sido bastante desgraciada pensando en todos los trenes que dejé pasar. Y es que eso es un inconformista, alguien que no se resigna y que, si no pasa el tren por donde él está, sale a su encuentro o se planta en medio de la vía si es preciso. Hasta aquí, el lado positivo del asunto. Ahora viene el oscuro. Un inconformista es también alguien que jamás está contento con lo que tiene. Una vez que consigue una cosa ni siquiera se detiene a disfrutarla porque anhela otra y, luego, otra y otra más. Se puede argumentar, claro está, que todo es cuestión de dosis en esta vida y que lo ideal es ser medio-conformista, como quien es medio-pensionista, pero las cosas no funcionan así; quien tiene un defecto/virtud como este, lo tiene con todas sus consecuencias. Lo más que se puede hacer, pienso yo, es mirar alrededor y tratar de aprender de la sabiduría ajena. En ese sentido, el otro día recibí una lección magistral sentada al volante de mi coche y metida en un monumental atasco. Ahora, con el verano, son muchos los programas de radio que hablan de la seguridad vial y recogen testimonios de personas que han sufrido graves accidentes de tráfico. Se trata, por lo general, de testimonios desgarradores de personas postradas de por vida en una cama o en sillas de ruedas. Por eso me llamó la atención el relato de una chica que decía que, tras su grave accidente, era mucho lo que había perdido, pero también mucho lo que había ganado. Subí la radio para no perder detalle justo cuando ella explicaba que la diferencia era que antes estaba muy preocupada por todo lo que no tenía: quiero esto, me falta tal cosa, necesito tal otra... «Ahora, en cambio -explicó-, no pienso en lo que me falta, sino en lo mucho que tengo». Entonces supe que Sonia, que así se llamaba, perdió un brazo y una pierna cuando tenía dieciséis años. Ahora tiene dieciocho, y allí estaba dando una lección a una tonta vieja como yo. Recordándome algo tan elemental como que la insatisfacción, que sin duda es el motor que mueve el mundo y nos incita a conseguir muchas cosas, es la misma que nos impide luego disfrutarlas. Perdonen que les dé este sermón en plenas vacaciones veraniegas, pero ya les avisé que el artículo lo escribía, sobre todo, para mi dura mollera. Para eso y para agradecer a Sonia haberme recordado que ser feliz no es esa sarta de simplezas enumeradas en los libros de autoayuda que lo pintan todo rosa bombón. Es más bien disfrutar de lo que se tiene, sabiendo que, si vienen muy mal dadas -y ojalá nunca sea así-, existe también la felicidad más allá del dolor y del gran sufrimiento. |
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