SOLEDAD
La soledad no existe para aquel que puede recordar los momentos en que no estuvo solo y sabe que esos momentos volverán. La otra persona puede estar ausente, pero en cierta medida continúa a nuestro lado. Un ser existe en el recuerdo que conservamos de su presencia y en la confianza que tenemos en su pronto retorno. El psiconálisis llama a este ser "el buen objeto" y lo ejemplifica con el caso del niño que espera confiado el retorno de su madre.
Cargar eternamente el dolorso recuerdo de un ser que ha fallecido es indudablemente la primera forma de estar solo. Como esa persona nos hace falta, no cesamos en nuestro afán de recrearla, ahora y siempre, a pesar de la evidencia de su desaparción.
La segunda forma de estar solo consiste en organizar la ausencia del otro, en vista de que su mirada nos hace existir pero sin que podamos hacer nada por controlarla. Extraemos parte de nuestra existencia de esa otra persona, con lo cual en realidad enajenamos parte de nuestra independencia.
La tercera forma de estar solos consiste en hacer un buen uso de la soledad. El otro no existe por sí mismo, pues nosotros no lo vemos nunca como realmente es, conscientemente o no, proyectamos ideas sobre aquel que se nos acerca. Sin sospecharlo, un ser imaginario acompaña a un individuo desde el instante mismo en que se presenta ante otro individuo. Le pedimos inconscientemente al otro que represente un papel en el teatro de nuestra imaginación, si se niega a desempeñarlo o lo hace mal, muy facilmente podemos sentirnos solos, descubrirnos solos. Toda soledad es signo de una decepción íntima. La realidad no coincide con lo que esperábamos de ella. La realidad ha decepcionado a nuestra imaginación.
Sin duda alguna, la soledad totalmente feliz es algo imposible. Sin embargo, en una trayectoria de maduración individual y cultural, la soledad es positiva. Es en sí un aprendizaje que nos ayuda a asumir nuestras desilusiones y a liberarnos de la obsesiva frecuentación del otro. En resumen sólo mediante este buen uso de nuestra soledad aprenderíamos a vivir tan bien con nosotros mismos como con el otro.
DE: ENTRE LA SOLEDAD Y EL AMOR
Alfredo Bryce Echenique