Había yo sido muy tímido y, por tanto,
había besado a mi Marty pocas veces,
pues no comprendía aún del todo
lo que se ha convertido ahora
en la primera y más natural condición de mi vida:
que he ganado para mi, de pronto,
a una muchacha única e incomparable.
Por mucho que te quieran,
no renunciaré a ti por nadie, ni nadie te merece.
No hay amor hacia ti
que pueda compararse con el mío.
…estamos tan íntimamente unidos,
me siento tan inefablemente feliz
por el hecho de tenerte,
y estoy tan seguro de tu interés hacia todo lo mío,
que las cosas sólo son importantes para mi
cuando tú las compartes.
Perdóname, amor mío,
si a menudo no te escribo en el tono
y con las palabras que tú te mereces,
especialmente en respuesta a tus cariñosas cartas;
pero pienso en ti con tan sosegada felicidad,
que me es más fácil hablarte de cosas ajenas a nosotros
que respecto a nosotros mismos. (...)
Estoy dispuesto a dejarme dominar completamente
por mi princesa. Uno deja siempre con gusto
que le subyugue la persona que ama;
si hubiéramos llegado a eso, Marty…
Cuando recibo carta tuya,
todo el ensueño se disipa
y la vida real se introduce en mis células.
Los problemas extraños
quedan borrados en mi cerebro;
se desvanecen
las misteriosas concreciones pictóricas
de las diversas enfermedades
y desaparecen las teorías vacías.
Hasta ahora habías compartido mi tristeza.
Comparte hoy conmigo mi alegría, amada mía,
y no creas que existe otra cosa sino tú
en la médula de mis pensamientos.
De Sigmund Freud a Martha Bernays
(Fragmentos de cartas)