Es como una esponja que nos absorbe toda la energía. Como una inundación que va creciendo, subiendo, hasta llegarnos al cuello.
No hablo de causas.
Podemos estar tristes por muchas razones, eso es lo de menos en realidad.
Las pérdidas suelen ser una fuente inagotable de tristeza.
Hablo de consecuencias.
Hablo de esa tristeza que nos abarca plenamente. Nos abraza. Nos paraliza.
Veo ahora en este otoño maravilloso que va tomando posesión de la naturaleza, que las hojas caen y el viento perezoso las arrastra. Así la tristeza se lleva nuestros ánimos por el suelo. Pero el árbol se está recuperando para la próxima primavera. Renovando su savia. Componiendo sus tejidos, para luego darle rienda suelta a los brotes y a la explosión nuevamente, de la vida.
De la capacidad de recuperación de los seres humanos depende su permanencia en el estado de tristeza. Podemos tener un otoño y un invierno largos que no desemboquen en una primavera anímica.
Pero podemos hacer como el árbol y tomar esta tristeza como una carrera para tomar envión y despegar. Que este estado de tristeza sea sólo eso, un estadío.
Que no nos quedemos hasta que el agua nos tape.
A veces necesitamos salvavidas para mantenernos a flote. Pero en realidad, sólo depende de nosotros poder resolverlo