No llevadme flores cuando haya dejado de oír el susurro del viento rolando en la madrugada. O cuando mis oídos se vuelvan sordos al jovial repiqueteo de la lluvia, tras los cristales de mi ventana.
No llevadme flores cuando mis ojos dejen de admirar ocasos y auroras, ni cuando mi mirada olvide perfilarse de rimel y sombras. No llevadme flores cuando mi olfato se niegue al aroma de mi perfume más preciado, ni cuando mi nariz rechace la fragancia que emiten, en primavera, los jardines polinizados. No llevadme flores cuando mi lengua deje de paladear las golosinas y los alimentos, ni cuando mis labios, a fuerza de helados, se revuelvan contra el fuego de añorados besos. No llevadme flores cuando mis manos derrochen vacíos, ni cuando en mi cuerpo la piel permanezca inmune, a la más efímera muestra de cariño. ¿Por qué, para qué quiero flores entonces? Es ahora cuando las necesito. Ramilletes de besos, bouquet de caricias, racimos de dulces palabras, jarrones de amor y delicias.
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