Al igual que de pequeñas nos enseñan a leer y
a escribir, debería haber una asignatura obligatoria que nos permitiera
aprender a vivir las emociones. El llamado analfabetismo emocional no
es sólo una dificultad para expresar lo que sentimos con palabras,
también es la incapacidad para reconocer nuestras propias emociones. El
silencio interior acalla los sentimientos y neutraliza los pensamientos.
Y si no identificamos lo que sentimos, no podemos exteriorizar las
emociones. Por eso el primer paso para aprender a conectar con las
emociones es permitirnos sentir, aprender a reconocer cómo estamos.
Tristeza, ira, alegría, pena, entusiasmo... Si aprendemos a reconocer
nuestro estado de ánimo, podremos enmarcar los sentimientos que
aparecen.
Las emociones generan nuestro estado de ánimo y afectan directamente
nuestro bienestar, físico y mental. Las molestias digestivas o el
insomnio pueden reflejar con frecuencia una emoción acallada, que no
solucionaremos con fármacos, sino identificando la emoción,
reconociéndola ante nosotras mismas y exteriorizando ese sentimiento.
Amigos, pareja, familia... el entorno que rodea a un analfabeto
emocional también sufre las consecuencias de ese silencio y esa
frialdad. Aunque la peor parte, sin duda, es para quien se siente
obligado a esconder sus emociones, a no revelar cómo se siente, con
frecuencia por miedo a ser más vulnerable.
Cómo abordarlo
Ante todo, reconociendo el problema. Asumir que es normal sentir y
expresarlo, y que lo anormal es refugiarse en una coraza de acero o
acallar las emociones. Esta suele ser la parte más difícil, porque quien
se ha acostumbrado a reprimir sus sentimientos puede entender como una
debilidad el simple hecho de tenerlos presentes. Negar el problema con
un “no me pasa nada” es habitual, algo que puede desesperar a la pareja o
a los amigos cuando intentan hacerle ver el problema.
Una vez reconocido el problema, y devuelta la importancia que merece
la gestión de las emociones, hay que darse un tiempo para aprender a
identificarlas. En esta primera etapa, no es momento de pedir
expresividad emocional, nadie puede abrirse de la noche a la mañana.
Primero hay que aprender a identificar las emociones. Y para ello
podemos apoyarnos en cualquier expresión artística, como el baile o la
pintura. A través de ellas, la mente aprende a permitirse sentir y
concentrarse en cada una de las emociones. Dejar libre el cuerpo al
compás de la música o liberar la mente con el pincel en la mano son
excelentes terapias.
Expresar las emociones a través de las palabras
Identificadas las emociones, llega la hora de aprender a expresarlas.
En este tercer paso ayuda la escritura, ya que las palabras son la
herramienta de la que disponemos para expresar lo que sentimos.
Estructurar el pensamiento para definir cómo nos sentimos es más fácil
escribiendo en un papel. La mejor forma es escribir un diario personal,
en el que nos obliguemos cada día a detectar cómo nos sentimos y
expresarlo con palabras. No se trata de escribir bien, sino de
permitirnos encontrar las palabras adecuadas para definir cómo nos
sentimos en cada momento.
Con esa base, el analfabeto deja de serlo.
Ya sabe leer sus emociones
y escribirlas en un papel.
Llega el paso definitivo: aprender a
comunicar sus emociones.
Dejar de lazo la coraza protectora y prepararse
para la expresión emocional con otros.
Sólo quien puede hablar consigo
mismo de lo que siente puede hacerlo con los demás.