Mi gato blanco. Lo mejor que me ha pasado. Blanco como un copo de nieve aquí, que el sol abrasa. Pero mi gato no se derrite. Resiste. Aguanta lo que le echen. A veces no lo veo durante semanas, meses. Antes me preocupaba. Recorría la casa llamándolo. ¿Dónde coño te has metido, cabrón? Ven, gato blanco, ven conmigo. Nunca di con él de esa manera.
Al final, cuando estoy a punto de darlo para siempre por perdido, simplemente aparece. Me lo encuentro cualquier noche al volver del trabajo sobre el respaldo del sofá o en la repisa de la ventana. Su pelaje níveo resplandeciente en la oscuridad. Un fantasma que no come no maúlla ni siquiera tiene nombre. Pero que me mira fijamente, los ojos llenos de vida, mientras -otra vez- escribo.
Iván Rojo.
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