Con mi obra fuera del Continente
y
mi corazón en casa,
Una oquedad nervuda me dibuja la cara
y es como si pájaros olvidaran sus nidos,
con ellos salgo a diario, delante de mí mismo
mas todo lo que veo por mis ojos vacíos
son la Nada y el Todo en lo que en vano miro,
Unos huecos redondos de límites inciertos
que me sirven de faros en la bruma del odio
un abismo en la cara careciente de globos
que fueran color negro, vivaces y perpetuos.
El viento, soplo cómplice, me susurra al oído
la finitud de todo ante el Verbo Divino.
No siempre ha sido así, tuve los ojos vivos
fue cuando distinguí el hambre y el olvido
en pancitas hinchadas por la falta de sangre
de aquellos que nos miran como miran los nadie
Ese capricho mío por ahondar me hizo hondo
me cavó sin remedio para mí y para otros
y vi en los pies descalzos y en cuadernos rugosos
un conjuro de números que cuentan la distancia
confundidos por letras, con palabras que rompen
cada ilusión y es pérdida,
una historia fallada,
una casa sin puerta,
un juguete tortuoso.
La rapiña está en vuelo sobre los corazones.
Con estos ojos niños miro la calle ancha
transitada por deudos de una idea entregada,
veo sin ver del todo en la nada infinita
lo que debió ser néctar de una misma libada.
Sólo me salva el canto, porque canta conmigo
la verdad en su espera y como un solo hombre
al que amo y conozco porque pelea a mi lado
buscando en anaqueles el pan del regocijo
y me llena las manos de esperanza y de coque
y es en días aciagos que comprendo el milagro.
Creo en Ti.
© 2016, Miguel Ángel Romero |