10 cosas que nunca tenés que hacer en el sexo
Una lista desarrollada de conductas y tendencias a evitar para llevar a cabo una vida sexual plena.
Exigirte. El sexo es placer, diversión, compartir, comunicarse. No es una maratón en la cual competimos para batir marcas. El sexo es calidad, no cantidad. La exigencia solamente lleva a perder capacidad para el placer y rendimiento sexual.
Genitalizar. En occidente utilizamos un porcentaje muy bajo de nuestro potencial sexual. En general acostumbramos a focalizar nuestras conductas sexuales en torno a las zonas erógenas “típicas” (genitales y pechos) y nos olvidamos de los dos metros cuadrados de piel y los cinco sentidos, a lo que tenemos que agregar la creatividad (el sentido más importante para el sexo).
Apurarte. La ansiedad es el enemigo número uno del placer. Apresurarse en general tiene que ver con una mirada orgásmica del sexo, es decir el orgasmo como objetivo fundamental y único. Éste modo de conducirse sexualmente impide apreciar la riqueza característica de la sexualidad.
Buscar puntos mágicos. La búsqueda de puntos mágicos como por ejemplo el célebre “Punto G” es una característica de nuestra cultura. Parece que quisiéramos saber cómo estimular determinada zona del cuerpo para provocar una respuesta efectiva, infalible y extremadamente placentera. Esta mirada mecánica del sexo sólo lleva a buscar fórmulas que no existen y limitan las posibilidades de placer.
Generalizar. Todos somos diferentes, cada persona tiene su “mapa” y la esencia del sexo tiene que ver con descubrir ese mapa en nuestro compañero/a sexual. No es mejor amante quien “rinde” más, sino aquellos que saben ponerse en lugar del otro, investigar, curiosear y aprender sobre su particular manera de gozar.
Adivinar. En relación con lo anterior, la adivinación es uno de los enemigos número uno del sexo. Cómo cada persona es un ser único, constituye un error estimular a la otra persona como me gusta a mí. Yo soy yo, y el otro es el otro. Por lo tanto comunicarnos (es decir observar reacciones, preguntar, escuchar, etc.) es lo que nos permite conocer esa singularidad.
Comparar. No hay nada más deserotizante que sentirnos comparados en algún aspecto con otros amantes de quien comparte la sexualidad con uno. A veces con la intención de lograr un cambio en la conducta sexual se llega a ese extremo: “Ella tenía muchos orgasmos”, “Él se controlaba”, “Ella era activa y me buscaba”, “Él sí que me entendía”, etc. De esta manera es más probable que se provoque resentimiento antes que una conducta de comprensión y cambio.
Presionar. Obligar a nuestro compañero/a a hacer algo que no quiere no lleva a nada positivo: o lo hace sólo para satisfacernos y no lo goza o lo padece, o da lugar a enojos y frustraciones. No a todos nos gusta lo mismo, y en todo caso si algunas preferencias no coinciden se pueden desarrollar otras alternativas o incluso por la vía del diálogo y la creatividad lograr que aquello aparentemente tan desagradable le termina gustando. ¿Ejemplos? El sexo anal (motivo de largas y arduas discusiones en muchas parejas), la frecuencia sexual (uno quiere más o menos que el otro), el sexo oral, determinadas posturas, etc.
Caer en la rutina. La rutina es la antisexualidad. El sexo nos da tantas posibilidades y alternativas que es una pena (además de aburrido) repetir una fórmula y un esquema determinado. Es difícil en la relación de pareja estable no caer en esto, pero si las personas son compatibles sexualmente, se desean, tienen un buen nivel de comunicación y les interesa desarrollar su sexualidad, es muy probable que logren un cambio.
Creer que sabés todo. La soberbia es el fin de la vida, en todos los aspectos. Impide crecer y aprender de la experiencia y de los demás. ¿Qué puede aprender quién cree saberlo todo? Y en el sexo pasa lo mismo. Nunca dejamos de aprender y en realidad cuanto más conocemos nos damos cuenta de que sabemos menos, ya que se no abren nuevas posibilidades en cada momento.