Se necesitan caricias para vivir
Dijo William Faulkner: “Si tuviera que elegir entre el dolor y la nada, elegiría el dolor”.
Quizá la sensación de no saberse amado, de no tener nada, de vivir en un vacío emocional, intelectual y sensorial es mucho peor q ue el dolor que, de alguna forma, nos dice que estamos vivos.
La vida es un intercambio que se produce a muchísimos niveles, no sólo en lo económico o a través de los procesos de comunicación, sino también mediante los estímulos, los signos de reconocimiento positivos o negativos que recibimos de los demás, sea en forma de caricias, miradas, gestos, broncas, gritos o silencios. Todos moldean nuestro paisaje interior y nuestra manera de entendernos, de construir una imagen del mundo y de dar un sentido a la vida.
Es obvio que no sólo vivimos de pan, ni de aire ni de agua. Para sobrevivir, para crecer, necesitamos el afecto, la ternura, la caricia, la mirada , la palabra, el gesto, el contacto del otro. Somos seres sociales por naturaleza. Ya desde la fragilidad de nuestras primeras horas nos manifestamos como la especie que mayor necesidad tiene de que alguien le ampare y le dé afecto. Incluso hay quien sostiene que existe una necesidad innata de ese amor. No sólo necesitamos la caricia del otro, sino que sin ellas nos sentimos mal hasta el punto de poder enfermar e incluso morir.
El hambre de estímulos tiene tanta influencia en la supervivencia del organismo humano como el hambre de alimentos. Cuando un ser humano no recibe la cantidad mínima adecuada para su supervivencia, entra en un proceso de enfermedad y muere, y esto puede ser válido a cualquier edad.
Hay sin duda una correlación positiva entre la ternura, el cuidado, el afecto y la atención con el desarrollo psicológico, emocional, intelectual y físico. Nacemos hombres y mujeres, pero devenimos humanos gracias a la caricia, al estímulo, la ternura, la compasión, la gratitud.
Hoy sabemos que la falta de amor es la causa principal de una buena parte de las enfermedades psicológicas, que van en aumento en Occidente: desde la angustia, la depresión o la neurosis e incluso las psicosis nacen, en mayor o menor medida, de esta carencia. Sin el trato amable no se satisface una necesidad fundamental que nos permite seguir sintiéndonos bien, experimentar la alegría, desarrollarnos: sin amor es más difícil crecer.
Las caricias son imprescindibles para sobrevivir, concluye este especialista; si no las recibimos, se pone en marcha un mecanismo de supervivencia instintivo que nos lleva a demandarlas -a menudo de manera inconsciente- a cualquier precio. Bajo esta premisa estamos dispuestos incluso a recibir “caricias negativas” antes que no recibir ninguna, o, parafraseando de nuevo a Faulkner, preferimos el dolor a la nada, la bofetada a la ignorancia, el desprecio a la indiferencia, el grito a la apatía.
Se ha estudiado que buena parte de la mala suerte que tienen algunos, especialmente las circunstancias advers as que se repiten de forma similar en una misma persona a lo largo del tiempo -accidentes, olvidos, distracciones, etcétera-, acostumbran a ser el resultado de un comportamiento inconsciente y repetitivo cuya motivación final, también inconsciente, es generar la atención de un entorno que, mayoritariamente, ignora al individuo en cuestión. “¡Estoy aquí, mira lo que me ha pasado! ¡Pobre de mi! ¡Mírame!” sería el mensaje de fondo que habría tras el enésimo tropezón en la misma piedra .
Pero no sólo sufre quien no recibe caricias, sino también quien no las expresa. las personas que no suelen manifestar sus emociones son má ;s infelices y se sienten más aisladas. Es más, aparentemente la supresión de la expresión de estas emociones no reduce y hasta puede aumentar la experiencia de emociones negativas, como disgusto, ansiedad, tristeza y vergüenza. Por eso, los individuos que suelen suprimir la expresión de sus sentimientos, generalmente manifiestan más experiencias negativas y menos positivas. Además, la falta de expresión de los sentimientos genera mayor estrés psicológico, tanto en quien suprime su expresión como en la persona con quien interactúa (en los estudios, éstos mostraron un aumento de la presión sanguínea). Por otra parte, la no expresión de las emociones se asocia a una baja de la inmunidad fisiológica.
Y es que sin duda necesitamos de los demás. Hay un intercambio fundamental más allá del económico y que es el principal motor de la vida, un intercambio esencial a partir de la cual se construye la esperanza y el sentido de la vida: el intercambio de caricias.
Fuente: Álex Rovira Celma
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