Lo que han demostrado el pueblo hondureño y sus movimientos sociales y políticos ante el zarpazo militar fascistoide y pro-yanqui.
Los otros temores de los oligarcas de derecha y de los círculos de poder reaccionarios estadounidenses.
Por Orlando Cruz Capote
Si en anteriores artículos exponíamos sin remiendos que el golpe de estado militar en Honduras tenía un calado y alcance más profundo y amplio, y que rebasaba la violación in fraganti de la democracia representativa de ese país y, constituía un globo de ensayo del imperialismo estadounidense y las oligarquías burguesas del continente contra los cambios de época en América Latina, ahora queremos resaltar también lo que está preocupando a los intereses pro yanquis en esa nación.
No es novedoso advertir que el presidente Zelaya proviene clasistamente de una de esas familias adineradas del país centroamericano, de los agro-exportadores, que pertenecía al ala conservadora del Partido Liberal y que solo, en los dos últimos años, había realizado un giro hacia la centro-izquierda en sus posiciones políticas, abriendo nuevos horizontes para los desposeídos de su empobrecida nación y articulando el destino de su patria a procesos revolucionarios e integradores en Nuestra América.
Es más, que había transitado por ese camino con tímidas reformas y siempre dentro del status burgués del sistema y modo de producción capitalista. Pero su pensamiento se había radicalizado -palabra que proviene etimológicamente de raíces-, retomando un discurso patriótico, antiimperialista y latinoamericanista que le viene como herencia renovada desde la época de los grandes libertadores y emancipadores independentistas: Bolívar, Morazán y José Martí, entre otros. Algo nada asombroso cuando una personalidad política concientiza desde el poder cual es el verdadero rol que debe desempeñar como gobernante por, para y hacia las grandes mayorías de su pueblo. Es lo que el líder africano Almícar Cabral denominó un “suicidio de clase”.
Pero algo había en el subsuelo de esa nación: una revolución profunda en la tierra hondureña. A pesar de las políticas neoliberales y la desintegración forzosa y cooptada -también atomizada- de las fuerzas progresistas, los sindicatos y las organizaciones políticas y sociales, en la nación hondureña se estaba gestando y llevando a cabo un lento pero firme movimiento social y político que acumulaba fuerzas desde abajo, desde arriba y desde las redes horizontales para conducir a las masas populares hacia una concientización paulatina sobre los tipos de luchas que debía emprender en las más variadas situaciones. Es en ese momento que comienza, casi al unísono, los cambios de dirección política desde el gobierno.
Las pruebas de resistencia del pueblo hondureño ante casi un mes de golpe de estado militar y fascistoide nos indican que los movimientos sociales y políticos de esa hermana nación estaban trabajando desde hacia algún tiempo atrás en la preparación de sus fuerzas más avanzadas para aprovechar el momento indicado y pasar a la (contra)-ofensiva. La rapidez de las movilizaciones, las comunicaciones alternativas establecidas, los métodos de lucha empleados, la alta moral cívica y patriótica demostrada, el sentimiento democrático de los más pobres y desposeídos, el enfrentamiento sin miedo ante la policía y el ejército, nos dicen mucho de la toma de conciencia política de esa nación. Y ese adoctrinamiento ideológico y político se ha acrecentado en los días posteriores al golpe militar.
Si hubo cierto espontaneísmo inicial hoy podemos advertir líderes destacadísimos que son escuchados y seguidos por el pueblo, organizaciones clandestinas, semi-clandestinas y otras democráticamente abiertas que están actuando con mucha celeridad y capacidad de organización y acción. Sin dejarse provocar, han realizado multitudinarias marchas pacíficas frente a las ametralladoras y las bayonetas -también ante los tanques y los helicópteros-, con una dignidad y conciencia patriótica y democrática muy dignas y éticas. Han resistido con estoicismo sin igual a los gases lacrimógenos, a las golpizas y a las amenazas.
Y esa es la prueba de fuego de las grandes revoluciones: la participación activa de la mayoría del pueblo en los grandes momentos de la historia, la experiencia vital que muestra la toma apasionada y de convicción de conciencia política, que vale mucho más que la lectura de millones de libros. Esa práctica revolucionaria, diversa y heterogénea, ha sido una lección para los demás países latinoamericano-caribeños y una auto-enseñanza para ellos mismos. De una República Bananera, amparada bajo un Tratado de Libre Comercio con los EE.UU., la nación hondureña y su pueblo han demostrado que no existe amnesia histórica, ideológica y política que pueda hacer olvidar las grandes tradiciones de lucha y los combates acontecidos a lo largo de siglos de existencia, desde la civilización Maya hasta la actualidad, donde el mestizaje se convierte en un elemento muy explosivo para los oligarcas y el imperialismo yanqui.
Estas fuerzas reaccionarias pensando que este país era el eslabón más débil de los gobiernos y los procesos de cambio que se vienen sucediendo en América Latina y el Caribe, escogieron al terruño centroamericano para experimentar los sistemáticos amedentramientos contra las fuerzas patrióticas, revolucionarias y progresistas. Y el tiro les ha salido por la culata.
La tesis leninista que advierte que nunca debe subestimarse a los pueblos y menos a aquellos que parecen estar sumergidos en un largo sueño de tranquilidad y sumisión está más vigente que nunca. La tesis ha sido nuevamente revalidada por la historia. No debe minimanizarse a los “eslabones débiles” del capitalismo periférico, porque si sus organizaciones democráticas y de izquierda, de variado espectro ideo-político, continúan trabajando pacientemente por la transformación revolucionaria, esta los recibe preparados y dispuestos a convertirla en acción transformadora y liberalizadora.
El pueblo hondureño, en especial sus obreros, los campesinos, las amas de casa, los del sector informal, los intelectuales comprometidos, algunos estratos de las clases medias y pequeñas burguesas, los despectivamente llamados marginales -porque está al margen de la riqueza y de la propiedad-, los desempleados, los sin casa y los indígenas están dando una gran batalla por la libertad, la independencia y la emancipación social que es digna de reconocer y admirar por todos los pueblos del mundo y, en especial, por los latinoamericano-caribeños.
Ante los indefinidos detenidos, los torturados, los asesinados, las largas listas de captura, los toques de queda, los estados de excepción, el miedo y el terror de las bandas paramilitares y los mediáticos, la desinformación intencionada, el pueblo hondureño no se ha cansado y dispersado. Están en los límites de la frontera con Nicaragua para recibir y reponer a su presidente legítimamente elegido en las urnas, y continuar el proceso de radicalización de su proceso democrático. No han cejado en su empeño de relanzarse a la historia real, la que escriben los hombres sin historia aparente, la historia de los vencidos pero no domesticados, la historia de los insumisos de siempre.
Todos ellos merecen un respeto y el máximo apoyo solidario posible. No puede cesar la campaña internacional a favor de tan noble causa que ellos han enarbolado con dignidad plena y muy seguros de si mismos.
Una traición a esta altura al pueblo hondureño, una invasión a su territorio por tropas extranjeras y el empecinamiento de los golpistas goriloides en mantenerse a ultranza en un régimen de facto podría desencadenar una lucha más radical y revolucionaria. Y a eso teme la Hillary Clinton, el Pentágono y la CIA. La “Caja de Pandora” se ha destapado y el temible “topo de la historia” está afuera, signando una revolución social de inusitadas dimensiones.
Ese temor del mayor Imperio de la historia es significativo por las ocupaciones y preocupaciones que se le han agolpado de pronto, y que ya tienen su respuesta ante el anuncio de la apertura de cinco bases militares norteamericanas en Colombia. El pequeño pueblo hondureño, demográficamente hablando, es un gigante por las ideas justas que defiende y que ese poder unilateral capitalista mundial les ha tomado miedo.
No sería vano recordar a José Martí en este momento: “Es la hora de los hornos y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes”.
¡Viva la heroica lucha del pueblo hondureño! Apoyémoslo con nuestra solidaridad militante y oportuna. Los fascistas no pasarán. ¡Abajo el imperialismo yanqui!
*Dr. Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, Cuba
Caricatura: Osvaldo Gutiérrez Gómez (OSVAL)