La señora Hillary Rodham Clinton, ministro de relaciones exteriores de Estados Unidos, estuvo brevemente en Libia. Se enteró de primera mano sobre el bárbaro linchamiento y asesinato de Muamar al Gadafi. Recordaría entonces su experiencia directa cuando, desde Washington, siguió sin inmutarse el asesinato de Osama Ben Laden. Supo entonces que el cadáver de Gadafi fue expuesto cual espectáculo de circo macabro, vulnerando la ley islámica y cualquier otra norma de convivencia humana.