"Análisis marxista de la crisis económica"
texto publicado en agosto de 2012 en la revista italiana D-M-D y tomado del blog Revolución o barbarie*** en noviembre de 2012
se publica en el Foro en dos mensajes
---mensaje nº 1---
Nos ha llegado este artículo de la revista italiana D-M-D’, enviado por un compañero y colaborador del blog Revolución o barbarie, que trata sobre el análisis marxista de las causas de las crisis capitalistas (la sobreproducción de capitales y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia). El artículo denuncia las posiciones de aquellos que, situados en el campo del reformismo, tratan de desvirtuar las enseñanzas de Marx sobre la inevitabilidad de las crisis bajo el modo de producción capitalista.
Más allá de que se comparta o no la totalidad del texto, merece la pena su lectura y difusión, pues contribuye a la formación en economía política de todos los comunistas, un aspecto muy necesario para la fortaleza de la ideología revolucionaria.
Mientras la crisis se agrava, los economistas “marxistas” discuten de estadística…
«D emme D’» número 5, Agosto de 2012.
«…Si se quiere evitar la barbarie, es necesaria la revolución del proletariado mundial. Lo que implica necesariamente la elaboración del programa y la construcción del Partido comunista, dejando a los economistas burgueses las querellas sobre la fiabilidad de este o aquel dato estadístico.»
La tesis según la cual la causa de la actual crisis reside en el enorme crecimiento de la esfera financiera o en los procesos especulativos del sistema bancario, tras el fracaso de todas las maniobras de política monetaria adoptadas para afrontarla, ha quedado prácticamente huérfana de partidarios. Por el contrario, desde hace algún tiempo, son mucho más numerosos los economistas que, en su intento de comprender las causas, se acogen a Marx y a su crítica de la economía política pero con resultados tan divergentes que a veces se hace costoso identificar lo que hay en común con el autor del El Capital. De hecho, algunos redirigen la crisis a la famosa, por controvertida, ley de la caída de la tasa media de beneficio descrita por Marx en los capítulos 13º,14º y 15º del Tercer libro de El Capital, con las correspondientes referencias a los capítulos 6º al 10º del Primer libro; otros, por el contrario sostienen que se trata de una crisis de sobreproducción determinada por las políticas neoliberales adoptadas en todo el mundo a partir de los primeros años 80 del siglo pasado las cuales, favoreciendo la reducción generalizada de los salarios y la polarización de la riqueza en pocas manos, habrían causado también una considerable contracción de la demanda agregada.
De alguna forma, en esta tesis resuena aquella sostenida por Rosa Luxemburgo en los inicios del siglo pasado según la cual, extremadamente resumida, en el interior de la estructura de un sistema capitalista puro es imposible la constitución de una demanda suplementaria que sea capaz de absorber la producción creciente de mercancías derivada del empleo, en su producción, de una masa de capital continuamente creciente. Por lo tanto, concluía Rosa Luxemburgo, la reproducción ampliada de capital podría desarrollarse con éxito únicamente por la existencia, junto a las áreas capitalistas, de zonas no capitalistas. De aquí el fenómeno del imperialismo, derivado de la necesidad para los países capitalistas mas avanzados de asegurarse el control de esas zonas y, en la medida en la que esto implicaba su inclusión en las zonas, la inevitabilidad de la crisis del modo de producción capitalista y de la necesidad “de la revuelta de la clase obrera internacional”. Los actuales partidarios de la crisis de sobreproducción llegan por el contrario a conclusiones diametralmente opuestas, es decir, que con políticas económicas de apoyo de la demanda agregada de tipo keynesiano, las crisis no sólo pueden ser superadas sino incluso evitadas.1
Hay que decir , desgraciadamente, que también aquellos que se reclaman a favor de la ley de la caída de la tasa media de beneficio, salvo algunas raras excepciones, tienden a eludir el hecho de que, una vez asumida la ley de la caída tendencial como causa última de la crisis, también se debe admitir su inevitabilidad y el carácter transitorio del modo de producción capitalista y por tanto de la necesidad de la revolución comunista, sobre todo en una sociedad capitalista madura como es la actual.
Es esta una ausencia realmente clamorosa que, por otra parte, en vez de favorecer la ampliación de la discusión y el afinamiento de los análisis de las causas de las crisis y sus perspectivas, los confina en un círculo estrecho, en su mayor parte en el mundo académico, reduciéndolo a una discusión escolástica sobre métodos de determinación de datos estadísticos que unos y otros aportan en apoyo de sus respectivas tesis.
Por nuestra parte, como es sabido, siempre hemos sostenido que un análisis exhaustivo de las causas de las crisis no puede prescindir de ningún modo de la ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio, y que el fenómeno de la sobreproducción, si la ley se interpreta correctamente, no la contradice sino que la incluye por completo.
La ley resumida2
Hay que recordar ante todo que Marx, con la ley de la tendencia al decrecimiento de la tasa de beneficio, no descubre el fenómeno, pero, reconduciéndolo a las contradicciones propias del proceso de acumulación del capital, demuestra que no puede ser atribuido a la naturaleza (como sostenía en la teoría del rendimiento el pensamiento económico clásico y en particular Ricardo), sino a los límites propios del modo de producción capitalista. De hecho, después con este fenómeno ha debido saldar cuentas también la escuela marginalista. En efecto, dada la ley de la demanda y la oferta y la tendencia hacia el punto de equilibrio (punto en el que se igualan la oferta y la demanda) que de ella se deriva, es inevitable una reducción progresiva del precio y por tanto también del beneficio hasta su anulación cuando, alcanzado el punto de equilibrio, el precio se nivela con el coste marginal (el coste de la última unidad producida).
Para Marx, obviamente, el fenómeno tiene distintos orígenes y puede ser comprendido únicamente si se relaciona con la ley del valor-trabajo y con el hecho de que la producción de las mercancías no es el fin en sí del capital sino el medio para poder, mediante la explotación de la fuerza-trabajo, incrementar ese capital; exactamente, lo expresado en la fórmula general D-M-D’ (acumulación o reproducción alargada del capital).
Veamos brevemente de que modo lo hace. Para producir una determinada mercancía son necesarios determinados medios de producción y una cierta cantidad de fuerza-trabajo, es decir, un cierto número de operarios. El capitalista necesita invertir una parte de su capital monetario D en la adquisición de los medios de producción y otra parte en fuerza-trabajo, en salarios con los que retribuirá a los trabajadores. Marx llama capital constante [c] a aquel invertido en los medios de producción y capital variable (v) al invertido en fuerza-trabajo, mientras que a la relación entre estos dos componentes, tanto desde el punto técnico como desde el relativo a su valor, la denomina composición orgánica del capital.3
Denomina constante al capital invertido en los medios de producción porque estos, habiendo ya incorporado el plusvalor extraído a la fuerza-trabajo empleada en su producción, a las nuevas mercancías no pueden transferir más que su valor. En otras palabras: la inversión en capital constante no genera nuevo plusvalor y por consiguiente tampoco el beneficio que ello supone.
Por la razón opuesta, por ser esta la única fuente de plusvalía, Marx llama variable al capital invertido en fuerza-trabajo.
Dado por ejemplo un salario X por una jornada laboral de ocho horas y suponiendo emplean cuatro de ellas para producir la cantidad de mercancías equivalentes al valor de su salario (tiempo de trabajo necesario), y ya que el capitalista con ese salario determinado se asegura el derecho de apropiarse de todas las mercancías producidas en la jornada total, consigue así apropiarse de las cuatro horas que exceden del tiempo de trabajo necesario sin retribuirle. Marx denomina plustrabajo, o, si se considera bajo el aspecto del valor, plusvalía, a la parte de la jornada laboral que excede el tiempo de trabajo necesario, mientras denomina tasa de plusvalía a la proporción entre la plusvalía y el capital variable ( Pv/v ), y tasa de beneficio a la proporción entre el plusvalor y el capital total ( Pv/C en donde C= c+v, ó suma del capital constante y del capital variable).
Si bien extremadamente resumida, esta es la ley del valor-trabajo que Marx ha colocado como base de la ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio. Por tanto, mediante la producción de mercancías, el capital invertido en esa producción, incorporando la plusvalía extraída a la fuerza-trabajo, se incrementa en una medida tal que el capital inicial, D, cuando las mercancías se hayan vendido, será D’ = D + pv. 4
En otras palabras, gracias a la explotación de la fuerza-trabajo, en cada nuevo ciclo productivo, el capital inicial D será mayor que el del ciclo anterior. LO que significa que, a fin de que la reproducción ampliada pueda desarrollarse por lo menos con la misma velocidad e intensidad del ciclo precedente, en cada nuevo ciclo se acrecienta también la cantidad de plusvalía extraída a la fuerza-trabajo.
Para alcanzar este objetivo, el capital deberá por tanto incrementar tanto los medios de producción, es decir el capital constante, como la fuerza-trabajo, de manera que, quedando invariable la relación entre los dos componentes, pueda conseguirse una plusvalía adicional, y que el nuevo capital pueda ser remunerado e incrementado por lo menos en la misma medida que el invertido en el ciclo productivo anterior. Supongamos, ahora, que el capitalista, impulsado a incrementar la producción de plusvalía, introduzca mas máquinas que fuerza de trabajo y que, por cualquier razón, la tasa de plusvalía permanezca invariable; ya que la tasa de beneficio viene dada por la relación Pv/C, se observa que, al incremento del capital constante seguirá inevitablemente una reducción de la tasa del beneficio. En otras palabras, a un incremento del capital constante en mayor medida que el variable, corresponderá necesariamente una reducción de la tasa de beneficio. Lo cual, bien observado, no excluye que, aumentando la producción total, pueda incrementarse la masa del beneficio.
Las causas antagonistas
Ahora, ya que la reproducción ampliada del capital puede tener lugar únicamente si al incremento del capital constante corresponde igualmente un incremento de la plusvalía, el capitalista, en la medida en que el capital constante crece relativamente más que el variable, deberá necesariamente encontrar el modo de aumentar la producción de plusvalía, es decir, el grado de explotación del trabajo. Los procedimientos para conseguir este objetivo son esencialmente dos: a) mediante la introducción en los procesos productivos de máquinas cada vez más avanzadas tecnológicamente, lo que implica un posterior incremento del capital constante; b) mediante la prolongación de la jornada laboral.
Con el primer método, gracias al incremento de la productividad del trabajo, pudiendo un operario en la misma unidad de tiempo producir una mayor cantidad de mercancías, suponiendo constante la duración de la jornada laboral y el valor del salario, se reduce el tiempo de trabajo necesario en beneficio del plustrabajo y por tanto de la plusvalía (plusvalía relativa). Con el segundo método, por el contrario, y ya que se incrementa el plustrabajo, la plusvalía (plusvalía absoluta) crece aún permaneciendo, caeteris paribus, constante el tiempo de trabajo necesario.5 Un procedimiento no excluye al otro, si bien, desde el punto de vista del capitalista, la prolongación de la jornada laboral, no implicando una modificación de la composición orgánica del capital, se presenta como el más ventajoso. Este procedimiento, sin embargo, se encuentra con límites objetivos tales como los límites fisiológicos humanos. El ser humano, como cualquier otro animal, para trabajar tiene necesidad también de descansar, comer, en resumen desarrollar todas aquellas funciones sin las cuales su misma supervivencia y reproducción no serían posibles. Además, como se ha observado en diversos estudios desarrollados desde hace más de cien años, más allá de un cierto punto, la prolongación de la jornada laboral resulta incompatible con el incremento de la productividad del trabajo.
En Gran Bretaña, tras la introducción de la máquina de vapor, la jornada laboral fue prolongada hasta alcanzar las 16 horas diarias. Pero llegados a este punto, además de por la fuerte oposición de la clase obrera, en muchos sectores de la misma burguesía (hoy diríamos la burguesía iluminada) maduró la certeza de que una jornada laboral tan larga minaba los mismos fundamentos de la propia formación social capitalista y al mismo tiempo impedía ulteriores incrementos de la productividad del trabajo que los continuos perfeccionamientos del sistema maquinista hacía posibles. El Estado, en cuanto portador de las instancias de conservación general del sistema, pone un límite legal a la duración de la jornada laboral, reduciéndola primero, en 1844, a 12 horas y después, en 1847 a 10 horas.
Desde entonces, el aumento de la productividad del trabajo ha sido el procedimiento más eficaz para incrementar la producción de plusvalía. Desde hace algún tiempo a esta parte, sin embargo, gracias al hecho de que con la nueva organización del trabajo basada en la robótica muchas tareas particularmente fatigosas han sido transferidas a las máquinas, la tendencia a la prolongación de la jornada ha recibido un nuevo impulso.
Además del incremento del grado de explotación del trabajo, se oponen a la caída de la tasa de beneficio la reducción del salario por debajo de su valor, la disminución del precio de los elementos de capital constante, la sobrepoblación relativa, el comercio exterior, el crecimiento del capital accionista. 6 Marx las denomina causas antagonistas y a su examen dedica completo el capítulo 14 del tercer libro del Capital, al que remitimos para eventuales profundizaciones posteriores.
Aquí nos interesa poner de manifiesto las conclusiones a las que llega Marx y que consisten en que “en general las mismas causas que determinan la caída de la tasa de beneficio dan origen a fuerzas antagonistas que obstaculizan, frenan y paralizan parcialmente esta caída…De esta forma, la ley se reduce a una simple tendencia, cuya eficacia se manifiesta de modo convincente únicamente en condiciones determinadas y en el transcurso de largos períodos”.7
En otras palabras, la ley se manifiesta plenamente solamente cuando, dada una determinada composición orgánica media del capital total, a pesar de las causas antagonistas, la relación entre la plusvalía total extraída a la fuerza-trabajo y el capital anticipado en la producción de mercancías va descendiendo poco a poco. Ahora, ya que como hemos visto el capital monetario D se transforma en capital industrial M solo en la expectativa de su incremento en D’, es evidente que disminuyendo esa expectativa de remuneración, al menos en la tasa de beneficio anterior el nuevo capital, el proceso de reproducción del capital disminuye su marcha hasta dar origen a aquellas crisis que cíclicamente sacuden hasta los cimientos del modo de producción capitalista.
Por tanto, en relación con la distinta velocidad con la que sucede el proceso de reproducción del capital, en el ámbito de un ciclo completo de acumulación del capital total, se distingue una fase ascendente, en la que las causas antagonistas anulan la tendencia de disminución de la tasa de beneficio, y una fase descendente cuando, a pesar de su oposición, la disminución se frena, pero no queda anulada. En ambas fases son siempre posibles bruscos acelerones y otros tantos bruscos frenazos, debidos a factores puramente coyunturales.
Una cuestión metodológica
Esto, especialmente en la fase ascendente y cuando la misma se prolonga por mucho tiempo como está sucediendo en la crisis actual, ha ofrecido siempre a los opositores a esta ley el apoyo, sobre la base de los datos referentes a los incrementos de la masa total de beneficio que se registran en estos momentos, para mantener la falta de fundamento de esta ley, aún siendo evidente una tendencia general de signo contrario y que no necesariamente el incremento de la masa de beneficio implique también inmediatamente el aumento de la tasa de beneficio. Sorprende por ello que también aquellos defensores de la ley se dejen tan frecuentemente atrapar en discusiones basadas en la fiabilidad o no fiabilidad de los datos utilizados o en el método usado para determinarlos.
Además, determinar la marcha de la tasa de beneficio general en relación con las modificaciones de la composición orgánica del capital, tal como lo define Marx, es algo extremadamente complejo, por no decir imposible. La misma determinación de la composición orgánica del capital, tratando de estimar en términos de valor la relación entre la composición técnica y la composición desde el punto de vista del valor, a escala mundial, implica el conocimiento de un número exorbitante de precios a menudo diferentes entre sí aún referidos a un mismo elemento constitutivo del capital. Por no hablar de la dificultad de disponer de datos suficientemente homogéneos referidos a momentos diferentes. Con mayor motivo, por consiguiente, será aún más difícil la determinación de la tasa de beneficio.
Por otro lado, ¿cómo esa fila infinita de economistas que a cualquier hora del día y de la noche nos cocinan previsiones sobre la marcha del ciclo económico, podrían, gracias a las series de datos estadísticos con las que las acompañan, hacerlas colar como fruto de una atenta investigación científica? Tanto más en la época del ordenador, cuando es posible construir complejos modelos econométricos en menor tiempo del que antes era necesario para resolver un problema con las cuatro reglas.
Es una maldición de nuestro tiempo, que desgraciadamente tampoco perdona a los economistas de tradición marxista, especialmente a los académicos, la de considerar los fenómenos y las leyes inherentes al desarrollo del proceso económico como asimilables a los fenómenos y a las leyes de la física. El proceso económico, a causa de su origen de la relación dinámica de factores objetivos y subjetivos, excluye que las leyes que lo contemplan, y las previsiones que a partir de las mismas se puedan formular, puedan ser verificadas como las de la física, de forma experimental en un laboratorio. Un ordenador capaz de calcular el grado de resistencia de la clase obrera al incremento en el grado de explotación de la fuerza-trabajo que el proceso de acumulación de capital determina aún no ha sido inventado, y tenemos fundadas razones para considerar que nunca lo será. Por lo tanto, para verificar la validez de la ley de la caída tendencial de la tasa general de beneficio no hay otro modo que comprobar la correspondencia de las previsiones formuladas a partir de la misma, con los resultados del proceso económico en el curso de su desarrollo, es decir, históricamente. Lo que, en el caso en cuestión, comporta también la correspondencia del fenómeno investigado con la ley del valor-trabajo. En sentido contrario, la demostración de su eventual invalidez implica también la invalidez de la ley del valor-trabajo y del corolario que de ello se deriva: que la producción de plusvalía únicamente se deriva de la explotación de la fuerza-trabajo (trabajo vivo).
texto publicado en agosto de 2012 en la revista italiana D-M-D y tomado del blog Revolución o barbarie*** en noviembre de 2012
se publica en el Foro en dos mensajes
---mensaje nº 1---
Nos ha llegado este artículo de la revista italiana D-M-D’, enviado por un compañero y colaborador del blog Revolución o barbarie, que trata sobre el análisis marxista de las causas de las crisis capitalistas (la sobreproducción de capitales y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia). El artículo denuncia las posiciones de aquellos que, situados en el campo del reformismo, tratan de desvirtuar las enseñanzas de Marx sobre la inevitabilidad de las crisis bajo el modo de producción capitalista.
Más allá de que se comparta o no la totalidad del texto, merece la pena su lectura y difusión, pues contribuye a la formación en economía política de todos los comunistas, un aspecto muy necesario para la fortaleza de la ideología revolucionaria.
Mientras la crisis se agrava, los economistas “marxistas” discuten de estadística…
«D emme D’» número 5, Agosto de 2012.
«…Si se quiere evitar la barbarie, es necesaria la revolución del proletariado mundial. Lo que implica necesariamente la elaboración del programa y la construcción del Partido comunista, dejando a los economistas burgueses las querellas sobre la fiabilidad de este o aquel dato estadístico.»
La tesis según la cual la causa de la actual crisis reside en el enorme crecimiento de la esfera financiera o en los procesos especulativos del sistema bancario, tras el fracaso de todas las maniobras de política monetaria adoptadas para afrontarla, ha quedado prácticamente huérfana de partidarios. Por el contrario, desde hace algún tiempo, son mucho más numerosos los economistas que, en su intento de comprender las causas, se acogen a Marx y a su crítica de la economía política pero con resultados tan divergentes que a veces se hace costoso identificar lo que hay en común con el autor del El Capital. De hecho, algunos redirigen la crisis a la famosa, por controvertida, ley de la caída de la tasa media de beneficio descrita por Marx en los capítulos 13º,14º y 15º del Tercer libro de El Capital, con las correspondientes referencias a los capítulos 6º al 10º del Primer libro; otros, por el contrario sostienen que se trata de una crisis de sobreproducción determinada por las políticas neoliberales adoptadas en todo el mundo a partir de los primeros años 80 del siglo pasado las cuales, favoreciendo la reducción generalizada de los salarios y la polarización de la riqueza en pocas manos, habrían causado también una considerable contracción de la demanda agregada.
De alguna forma, en esta tesis resuena aquella sostenida por Rosa Luxemburgo en los inicios del siglo pasado según la cual, extremadamente resumida, en el interior de la estructura de un sistema capitalista puro es imposible la constitución de una demanda suplementaria que sea capaz de absorber la producción creciente de mercancías derivada del empleo, en su producción, de una masa de capital continuamente creciente. Por lo tanto, concluía Rosa Luxemburgo, la reproducción ampliada de capital podría desarrollarse con éxito únicamente por la existencia, junto a las áreas capitalistas, de zonas no capitalistas. De aquí el fenómeno del imperialismo, derivado de la necesidad para los países capitalistas mas avanzados de asegurarse el control de esas zonas y, en la medida en la que esto implicaba su inclusión en las zonas, la inevitabilidad de la crisis del modo de producción capitalista y de la necesidad “de la revuelta de la clase obrera internacional”. Los actuales partidarios de la crisis de sobreproducción llegan por el contrario a conclusiones diametralmente opuestas, es decir, que con políticas económicas de apoyo de la demanda agregada de tipo keynesiano, las crisis no sólo pueden ser superadas sino incluso evitadas.1
Hay que decir , desgraciadamente, que también aquellos que se reclaman a favor de la ley de la caída de la tasa media de beneficio, salvo algunas raras excepciones, tienden a eludir el hecho de que, una vez asumida la ley de la caída tendencial como causa última de la crisis, también se debe admitir su inevitabilidad y el carácter transitorio del modo de producción capitalista y por tanto de la necesidad de la revolución comunista, sobre todo en una sociedad capitalista madura como es la actual.
Es esta una ausencia realmente clamorosa que, por otra parte, en vez de favorecer la ampliación de la discusión y el afinamiento de los análisis de las causas de las crisis y sus perspectivas, los confina en un círculo estrecho, en su mayor parte en el mundo académico, reduciéndolo a una discusión escolástica sobre métodos de determinación de datos estadísticos que unos y otros aportan en apoyo de sus respectivas tesis.
Por nuestra parte, como es sabido, siempre hemos sostenido que un análisis exhaustivo de las causas de las crisis no puede prescindir de ningún modo de la ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio, y que el fenómeno de la sobreproducción, si la ley se interpreta correctamente, no la contradice sino que la incluye por completo.
La ley resumida2
Hay que recordar ante todo que Marx, con la ley de la tendencia al decrecimiento de la tasa de beneficio, no descubre el fenómeno, pero, reconduciéndolo a las contradicciones propias del proceso de acumulación del capital, demuestra que no puede ser atribuido a la naturaleza (como sostenía en la teoría del rendimiento el pensamiento económico clásico y en particular Ricardo), sino a los límites propios del modo de producción capitalista. De hecho, después con este fenómeno ha debido saldar cuentas también la escuela marginalista. En efecto, dada la ley de la demanda y la oferta y la tendencia hacia el punto de equilibrio (punto en el que se igualan la oferta y la demanda) que de ella se deriva, es inevitable una reducción progresiva del precio y por tanto también del beneficio hasta su anulación cuando, alcanzado el punto de equilibrio, el precio se nivela con el coste marginal (el coste de la última unidad producida).
Para Marx, obviamente, el fenómeno tiene distintos orígenes y puede ser comprendido únicamente si se relaciona con la ley del valor-trabajo y con el hecho de que la producción de las mercancías no es el fin en sí del capital sino el medio para poder, mediante la explotación de la fuerza-trabajo, incrementar ese capital; exactamente, lo expresado en la fórmula general D-M-D’ (acumulación o reproducción alargada del capital).
Veamos brevemente de que modo lo hace. Para producir una determinada mercancía son necesarios determinados medios de producción y una cierta cantidad de fuerza-trabajo, es decir, un cierto número de operarios. El capitalista necesita invertir una parte de su capital monetario D en la adquisición de los medios de producción y otra parte en fuerza-trabajo, en salarios con los que retribuirá a los trabajadores. Marx llama capital constante [c] a aquel invertido en los medios de producción y capital variable (v) al invertido en fuerza-trabajo, mientras que a la relación entre estos dos componentes, tanto desde el punto técnico como desde el relativo a su valor, la denomina composición orgánica del capital.3
Denomina constante al capital invertido en los medios de producción porque estos, habiendo ya incorporado el plusvalor extraído a la fuerza-trabajo empleada en su producción, a las nuevas mercancías no pueden transferir más que su valor. En otras palabras: la inversión en capital constante no genera nuevo plusvalor y por consiguiente tampoco el beneficio que ello supone.
Por la razón opuesta, por ser esta la única fuente de plusvalía, Marx llama variable al capital invertido en fuerza-trabajo.
Dado por ejemplo un salario X por una jornada laboral de ocho horas y suponiendo emplean cuatro de ellas para producir la cantidad de mercancías equivalentes al valor de su salario (tiempo de trabajo necesario), y ya que el capitalista con ese salario determinado se asegura el derecho de apropiarse de todas las mercancías producidas en la jornada total, consigue así apropiarse de las cuatro horas que exceden del tiempo de trabajo necesario sin retribuirle. Marx denomina plustrabajo, o, si se considera bajo el aspecto del valor, plusvalía, a la parte de la jornada laboral que excede el tiempo de trabajo necesario, mientras denomina tasa de plusvalía a la proporción entre la plusvalía y el capital variable ( Pv/v ), y tasa de beneficio a la proporción entre el plusvalor y el capital total ( Pv/C en donde C= c+v, ó suma del capital constante y del capital variable).
Si bien extremadamente resumida, esta es la ley del valor-trabajo que Marx ha colocado como base de la ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio. Por tanto, mediante la producción de mercancías, el capital invertido en esa producción, incorporando la plusvalía extraída a la fuerza-trabajo, se incrementa en una medida tal que el capital inicial, D, cuando las mercancías se hayan vendido, será D’ = D + pv. 4
En otras palabras, gracias a la explotación de la fuerza-trabajo, en cada nuevo ciclo productivo, el capital inicial D será mayor que el del ciclo anterior. LO que significa que, a fin de que la reproducción ampliada pueda desarrollarse por lo menos con la misma velocidad e intensidad del ciclo precedente, en cada nuevo ciclo se acrecienta también la cantidad de plusvalía extraída a la fuerza-trabajo.
Para alcanzar este objetivo, el capital deberá por tanto incrementar tanto los medios de producción, es decir el capital constante, como la fuerza-trabajo, de manera que, quedando invariable la relación entre los dos componentes, pueda conseguirse una plusvalía adicional, y que el nuevo capital pueda ser remunerado e incrementado por lo menos en la misma medida que el invertido en el ciclo productivo anterior. Supongamos, ahora, que el capitalista, impulsado a incrementar la producción de plusvalía, introduzca mas máquinas que fuerza de trabajo y que, por cualquier razón, la tasa de plusvalía permanezca invariable; ya que la tasa de beneficio viene dada por la relación Pv/C, se observa que, al incremento del capital constante seguirá inevitablemente una reducción de la tasa del beneficio. En otras palabras, a un incremento del capital constante en mayor medida que el variable, corresponderá necesariamente una reducción de la tasa de beneficio. Lo cual, bien observado, no excluye que, aumentando la producción total, pueda incrementarse la masa del beneficio.
Las causas antagonistas
Ahora, ya que la reproducción ampliada del capital puede tener lugar únicamente si al incremento del capital constante corresponde igualmente un incremento de la plusvalía, el capitalista, en la medida en que el capital constante crece relativamente más que el variable, deberá necesariamente encontrar el modo de aumentar la producción de plusvalía, es decir, el grado de explotación del trabajo. Los procedimientos para conseguir este objetivo son esencialmente dos: a) mediante la introducción en los procesos productivos de máquinas cada vez más avanzadas tecnológicamente, lo que implica un posterior incremento del capital constante; b) mediante la prolongación de la jornada laboral.
Con el primer método, gracias al incremento de la productividad del trabajo, pudiendo un operario en la misma unidad de tiempo producir una mayor cantidad de mercancías, suponiendo constante la duración de la jornada laboral y el valor del salario, se reduce el tiempo de trabajo necesario en beneficio del plustrabajo y por tanto de la plusvalía (plusvalía relativa). Con el segundo método, por el contrario, y ya que se incrementa el plustrabajo, la plusvalía (plusvalía absoluta) crece aún permaneciendo, caeteris paribus, constante el tiempo de trabajo necesario.5 Un procedimiento no excluye al otro, si bien, desde el punto de vista del capitalista, la prolongación de la jornada laboral, no implicando una modificación de la composición orgánica del capital, se presenta como el más ventajoso. Este procedimiento, sin embargo, se encuentra con límites objetivos tales como los límites fisiológicos humanos. El ser humano, como cualquier otro animal, para trabajar tiene necesidad también de descansar, comer, en resumen desarrollar todas aquellas funciones sin las cuales su misma supervivencia y reproducción no serían posibles. Además, como se ha observado en diversos estudios desarrollados desde hace más de cien años, más allá de un cierto punto, la prolongación de la jornada laboral resulta incompatible con el incremento de la productividad del trabajo.
En Gran Bretaña, tras la introducción de la máquina de vapor, la jornada laboral fue prolongada hasta alcanzar las 16 horas diarias. Pero llegados a este punto, además de por la fuerte oposición de la clase obrera, en muchos sectores de la misma burguesía (hoy diríamos la burguesía iluminada) maduró la certeza de que una jornada laboral tan larga minaba los mismos fundamentos de la propia formación social capitalista y al mismo tiempo impedía ulteriores incrementos de la productividad del trabajo que los continuos perfeccionamientos del sistema maquinista hacía posibles. El Estado, en cuanto portador de las instancias de conservación general del sistema, pone un límite legal a la duración de la jornada laboral, reduciéndola primero, en 1844, a 12 horas y después, en 1847 a 10 horas.
Desde entonces, el aumento de la productividad del trabajo ha sido el procedimiento más eficaz para incrementar la producción de plusvalía. Desde hace algún tiempo a esta parte, sin embargo, gracias al hecho de que con la nueva organización del trabajo basada en la robótica muchas tareas particularmente fatigosas han sido transferidas a las máquinas, la tendencia a la prolongación de la jornada ha recibido un nuevo impulso.
Además del incremento del grado de explotación del trabajo, se oponen a la caída de la tasa de beneficio la reducción del salario por debajo de su valor, la disminución del precio de los elementos de capital constante, la sobrepoblación relativa, el comercio exterior, el crecimiento del capital accionista. 6 Marx las denomina causas antagonistas y a su examen dedica completo el capítulo 14 del tercer libro del Capital, al que remitimos para eventuales profundizaciones posteriores.
Aquí nos interesa poner de manifiesto las conclusiones a las que llega Marx y que consisten en que “en general las mismas causas que determinan la caída de la tasa de beneficio dan origen a fuerzas antagonistas que obstaculizan, frenan y paralizan parcialmente esta caída…De esta forma, la ley se reduce a una simple tendencia, cuya eficacia se manifiesta de modo convincente únicamente en condiciones determinadas y en el transcurso de largos períodos”.7
En otras palabras, la ley se manifiesta plenamente solamente cuando, dada una determinada composición orgánica media del capital total, a pesar de las causas antagonistas, la relación entre la plusvalía total extraída a la fuerza-trabajo y el capital anticipado en la producción de mercancías va descendiendo poco a poco. Ahora, ya que como hemos visto el capital monetario D se transforma en capital industrial M solo en la expectativa de su incremento en D’, es evidente que disminuyendo esa expectativa de remuneración, al menos en la tasa de beneficio anterior el nuevo capital, el proceso de reproducción del capital disminuye su marcha hasta dar origen a aquellas crisis que cíclicamente sacuden hasta los cimientos del modo de producción capitalista.
Por tanto, en relación con la distinta velocidad con la que sucede el proceso de reproducción del capital, en el ámbito de un ciclo completo de acumulación del capital total, se distingue una fase ascendente, en la que las causas antagonistas anulan la tendencia de disminución de la tasa de beneficio, y una fase descendente cuando, a pesar de su oposición, la disminución se frena, pero no queda anulada. En ambas fases son siempre posibles bruscos acelerones y otros tantos bruscos frenazos, debidos a factores puramente coyunturales.
Una cuestión metodológica
Esto, especialmente en la fase ascendente y cuando la misma se prolonga por mucho tiempo como está sucediendo en la crisis actual, ha ofrecido siempre a los opositores a esta ley el apoyo, sobre la base de los datos referentes a los incrementos de la masa total de beneficio que se registran en estos momentos, para mantener la falta de fundamento de esta ley, aún siendo evidente una tendencia general de signo contrario y que no necesariamente el incremento de la masa de beneficio implique también inmediatamente el aumento de la tasa de beneficio. Sorprende por ello que también aquellos defensores de la ley se dejen tan frecuentemente atrapar en discusiones basadas en la fiabilidad o no fiabilidad de los datos utilizados o en el método usado para determinarlos.
Además, determinar la marcha de la tasa de beneficio general en relación con las modificaciones de la composición orgánica del capital, tal como lo define Marx, es algo extremadamente complejo, por no decir imposible. La misma determinación de la composición orgánica del capital, tratando de estimar en términos de valor la relación entre la composición técnica y la composición desde el punto de vista del valor, a escala mundial, implica el conocimiento de un número exorbitante de precios a menudo diferentes entre sí aún referidos a un mismo elemento constitutivo del capital. Por no hablar de la dificultad de disponer de datos suficientemente homogéneos referidos a momentos diferentes. Con mayor motivo, por consiguiente, será aún más difícil la determinación de la tasa de beneficio.
Por otro lado, ¿cómo esa fila infinita de economistas que a cualquier hora del día y de la noche nos cocinan previsiones sobre la marcha del ciclo económico, podrían, gracias a las series de datos estadísticos con las que las acompañan, hacerlas colar como fruto de una atenta investigación científica? Tanto más en la época del ordenador, cuando es posible construir complejos modelos econométricos en menor tiempo del que antes era necesario para resolver un problema con las cuatro reglas.
Es una maldición de nuestro tiempo, que desgraciadamente tampoco perdona a los economistas de tradición marxista, especialmente a los académicos, la de considerar los fenómenos y las leyes inherentes al desarrollo del proceso económico como asimilables a los fenómenos y a las leyes de la física. El proceso económico, a causa de su origen de la relación dinámica de factores objetivos y subjetivos, excluye que las leyes que lo contemplan, y las previsiones que a partir de las mismas se puedan formular, puedan ser verificadas como las de la física, de forma experimental en un laboratorio. Un ordenador capaz de calcular el grado de resistencia de la clase obrera al incremento en el grado de explotación de la fuerza-trabajo que el proceso de acumulación de capital determina aún no ha sido inventado, y tenemos fundadas razones para considerar que nunca lo será. Por lo tanto, para verificar la validez de la ley de la caída tendencial de la tasa general de beneficio no hay otro modo que comprobar la correspondencia de las previsiones formuladas a partir de la misma, con los resultados del proceso económico en el curso de su desarrollo, es decir, históricamente. Lo que, en el caso en cuestión, comporta también la correspondencia del fenómeno investigado con la ley del valor-trabajo. En sentido contrario, la demostración de su eventual invalidez implica también la invalidez de la ley del valor-trabajo y del corolario que de ello se deriva: que la producción de plusvalía únicamente se deriva de la explotación de la fuerza-trabajo (trabajo vivo).