A esta altura de su mandato ya quedan pocas dudas: el presidente Barack Obama se ha transfigurado en un guerrero y Estados Unidos ha decidido no modificar su estrategia de primacía global, a pesar de sus serios problemas domésticos y materiales. Como tantos líderes de su país desde la Guerra Fría, Obama se siente tentado a resolver problemas político-estratégicos de alta complejidad con el rápido expediente de lanzar operaciones militares. Como su antecesor, George W. Bush, presume que el despliegue del músculo bélico le brinda más dividendos internos y mayor credibilidad externa.