Los errores, como las escaleras que se necesitan para llegar al cielo, pueden ser pequeñas o enormes. Así sucede con la irresponsabilidad, un mal grave de este revuelto y poco decoroso tiempo. Las bombas no tienen nombre y menos si se lanzan sobre ciudades, quiero decir, no para abatir objetivos militares, sino buscando hacer daño, demostrar superioridad, suscitar miedo y rendición. Y resulta que eso no debía pasar.