La Plaza Tahrir en El Cairo estalló; no en frustración, como sucedía cuando Mubarak juraba ante las cámaras permanecer en Egipto el resto de su vida y en el palacio presidencial hasta las elecciones de septiembre. No, los gritos del once de febrero fueron de alegría, de sueños hechos realidad, de aspiraciones contenidas durante treinta años, cuando el pueblo fue timado una vez más en la historia. El “triunfo” fue popular. Se le reconoce a esas millones de personas apostadas en plazas y calles, que supieron mantener el reclamo de “Fuera Mubarak” a pesar de los anzuelos lanzados por el gobierno para calmar la situación o jugar al desgaste.