Leer el discurso de aceptación del novelista lo obliga a uno, forzosamente, a tener que contrastarlo, compararlo con su obra, y nos da idea de la distancia que media entre el brillante narrador -capaz de hacernos ver el sentido y las trágicas, dramáticas o cómicas dimensiones de la realidad latinoamericana- y el acomodado pequeño burgués de Arequipa (elevado a burgués por su talento, su vanidad y sus temores) que abjuró no ya de la Revolución Cubana, sino de cualquier modalidad de marxismo o socialismo, para ser el escritor “admitido” al que celebra el mundo burgués de este tiempo, porque esa propia abjuración es el gran requisito para su admisión, mucho más que la excelencia de su prosa.