Qué difícil encontrar las palabras para dar inicio a este breve artículo. Qué dolor enorme sumar una nueva tragedia a la ya aciaga historia de desgracias en nuestras cárceles, esta vez con un saldo de 81 muertos y cientos de personas afectadas con la pérdida de un ser querido. Se consigna como la mayor tragedia carcelaria de los últimos años y asusta pensar que podamos acostumbrarnos a que eventos como éstos ocurran, a no cuestionar el hecho que las personas privadas de libertad sólo deben ser privadas de ello, no de dignidad, de contacto con sus familiares, de posibilidades de educarse y trabajar, y sobre todo, de seguridad.