La Habana, (PL).- Un rasgo distintivo de la política norteamericana hacia América Latina; que parece prevalecerá con la actual administración demócrata; es la preponderancia del Pentágono por sobre el Departamento de Estado.
Así lo dio a entender durante su reciente gira latinoamericana el almirante Mike Mullen, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos.
El militar de más alto rango dentro de las fuerzas armadas norteamericanas aseguró en Lima, Perú, que “las relaciones intermilitares pueden ser el catalizador de un mayor acercamiento de su país con los líderes de América Latina”.
Dicha idea se sustenta en lo que hoy se conoce como “poder blando” y que, según los postulados del mando militar estadounidense, debe redundar en una disminución de las probabilidades de que sus Fuerzas Armadas tengan que intervenir en otras naciones.
Se trata de una adecuación del término en inglés “soft power”, que define en teoría de las relaciones internacionales la capacidad de un ente político para influenciar en el comportamiento o los intereses de otros entes políticos, “a través de medios ideológicos o culturales”.
Así, el manual del Ejército para operaciones de Estabilización refrenda que ese servicio armado fortalece su capacidad de generar “poder blando” para “enfrentar las principales causas de conflicto entre las poblaciones desencantadas del mundo”.
Como muestra de su verdadera esencia, nada blanda, el documento precisa que ello no presupone renunciar a los ataques preventivos como fórmula para “anticipar o prevenir actos hostiles por parte de potenciales adversarios”.
La vieja política de las cañoneras
En el caso concreto de América Latina ello se ha visto materializado en un incremento de la presencia militar en la región, amparada en lo que han dado en denominar “proyectos de colaboración y ejercicios conjuntos”.
Según cifras divulgadas por el Comando Sur, responsable directo de ejercer esa suerte de diplomacia de las cañoneras, en el 2006 se ejecutaron 60 ejercicios de este tipo, en 22 países, mientras que en el 2008 rebasaron los 120 en más de 26 naciones.
Como colofón, se anunció para principios de abril el inicio de un nuevo recorrido de cuatro meses por varios países de la región del buque hospital T-AH 20 “Comfort”.
Este es el segundo despliegue del Comfort hacia Latinoamérica desde el 2006, pero el cuarto que realiza en forma consecutiva hacia esa área del mundo un buque de “gran porte” de la marina de guerra de Estados Unidos cumpliendo ejercicios de “ayuda humanitaria”.
Esta vez dice contar con una capacidad de 250 camas y más de 650 personas, entre personal médico y paramédico, así como con dos helicópteros, unidades de cuidados intensivos, salas de cirugía y servicios veterinarios.
Se anunció que, además de brindar asistencia médica, entrenará personal de todo los países que visitará, comenzando su periplo por Haití (9 de abril), además de estancias de dos semanas en El Salvador, Nicaragua, Panamá, República Dominicana, Antigua y Colombia.
El periplo anterior del T-AH 20 se efectuó entre junio y octubre de 2007. Entonces, como ahora, contó con el respaldo de una inmensa maquinaria propagandística y publicitaria que sobredimensionó el hecho y sus resultados.
En tal sentido han sido muchas las voces que han alertado respecto a que tan “edulcorado” propósito solo persigue contrarrestar los resultados de los programas sociales y de cooperación promovidos por Cuba y Venezuela en América Latina.
Sin embargo, el hecho cierto es que se trata del despliegue por escasos cuatro meses de un buque de la marina de guerra, en una misión regida por el mando militar norteamericano y que se inscribe en la hoja de servicio de los participantes como una misión de combate más.
Y eso no se podrá comparar jamás con el gesto desinteresado de los decenas de miles de colaboradores de la salud cubanos que han brindado lo mejor de sí de forma desinteresada en los más inhóspitos parajes de la geografía latinoamericana.
Paralelamente, el buque de alta velocidad HSV-2 “Swift” permanece desplegado en la región dando cumplimiento a la operación “Estación Naval Sur”.
El periplo del “Swift” tiene como objetivo desarrollar entrenamientos conjuntos -10 días en cada estancia- con las Armadas de El Salvador, Barbados, República Dominicana, Colombia, Nicaragua, Jamaica y el Servicio Marítimo Nacional de Panamá.
De acuerdo con voceros del Comando Sur, en los entrenamientos se abordarán elementos de seguridad Marítima y portuaria, mando, planificación de búsqueda y rescate, patrullas de combate y raids urbanos.
A su vez, justo en el mes de marzo acaba de concluir la vigésimo quinta versión del ejercicio “Tradewings”, que reunió en áreas del Caribe oriental a 16 países de esa región en el cumplimiento de dinámicas de mando y control, interdicción marítima, así como búsqueda y rescate.
Como en años anteriores, su propósito declarado fue mejorar la coordinación en operaciones de intercepción y en las requisas de buques sospechosos de ser empleados por terroristas o para el contrabando de armas, explosivos o el narcotráfico.
Sin embargo, para nadie es ya un secreto que el interés real que persigue Estados Unidos con estas maniobras es recopilar información sobre el país o región en que se realizan, su población, recursos naturales, biodiversidad, entre otros temas.
La mascarada del combate a la droga
Tema candente en la región resulta el posible traslado a Colombia de la base militar estadounidense de Manta, Ecuador.
El embajador norteamericano en Bogotá, William Brownfield, admitió en enero pasado que su gobierno “realiza consultas con Colombia” para analizar la posibilidad de que ese país de cobija a la base de Manta, una vez que se vean obligados a marcharse de allí.
En 1999, y con el pretexto de la lucha antidrogas, Estados Unidos presionó al gobierno ecuatoriano de entonces para que le concediera el uso, por 10 años, de una parte de las instalaciones de la base aérea ecuatoriana de Manta, 260 kilómetros al suroeste de Quito, la capital.
Desde entonces, Washington ha reiterado que la presencia de sus efectivos en Manta no involucra a Ecuador en el controvertido “Plan Colombia” y que la única misión que se cumple desde ese enclave es “buscar narcotraficantes”.
La prensa colombiana adelantó ya que aviones y equipos norteamericanos “de inteligencia” -de los actualmente basificados en Manta- pasarían en breve a operar desde tres bases del pacífico colombiano.
Según el diario bogotano “El tiempo”, Estados Unidos ha hecho alusión directa a la búsqueda de autorización para emplear permanentemente tres puntos del suroccidente del país, incluido un aeródromo en Cali.
La ineludible verdad: enmascarada en el enfrentamiento a la pobreza, al narcotráfico y el terrorismo, la reconquista norteamericana de América Latina mediante el incremento de su presencia militar, es una “invasión silenciosa” que amenaza al continente.
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