Exposición “Caminando el Caribe que nos une” que se exhibe en el Memorial José Martí, hasta el 8 de abril.
Fotos: Roberto Chile y Salvador Combarro
La cultura expresa la experiencia histórica de cada pueblo. La creación intelectual y cultural de una región juega un papel importante en el desarrollo o creación de su identidad. El arte contemporáneo cubano también funge como vehículo transportador de identidades. Esta vez, la exposición “Caminando, ese Caribe que nos une”, pretende reflejar el temperamento de una región dotada de una pluralidad y riqueza plástica donde a través de la variedad de técnicas, soportes y materiales, se logra construir una unidad temática. Dieciocho artistas cubanos, cada quien con su estilo, se unen bajo el concepto de retratar su propio Caribe, ese que quizás les ha marcado por habitar en esta región.
Los caribeños, en cuanto a historia, comparten la marca que les dejaron los colonizadores, tienen ese acento común que los distingue, fruto positivo de un largo proceso de transculturación. Exponentes consagrados como Manuel Mendive, Nelson Domínguez, Kcho, Choco, José Fuster, Flora Fong, Alicia Leal, Alberto Lescay y Roberto Diago, junto a otros creadores cubanos, se empeñan en reflejar aquello que comparten como caribeños: la gracia y simpatía, la intensidad en el carácter, el exuberante colorido, la música tropical, la devoción a credos propios resultado de un sincretismo religioso y el mestizaje de una piel marcada por el sol ardiente.
Roberto Diago, “Estoy vivo” – 2010 (Mixta / madera, 100 x 70 cm)
La muestra traduce un relato donde lo esencial es ese Caribe que aporta un sello autóctono, que dibuja una fisonomía social y que define casi por antonomasia la personalidad de la región, resultado de una mezcla o hibridación de etnias. El paisaje potencia la imagen geográfica donde resaltan destinos por el exotismo natural. El clima del que goza esta zona se ve manifiesto el cromatismo donde predomina la brillantez de un ambiente expuesto a temperaturas cálidas de color. Sin embargo, y debido también a su situación geográfica, estos países se ven asolados por huracanes cada año, lo justifica la variación en el discurso dramático del paisaje. La insularidad determina un conjunto de prerrogativas que sitúa al autor ante la disyuntiva creativa a la hora de escoger un horizonte del cual parte el motivo de la obra. No asombra encontrarse frente a una gama tonal que explora los motivos más ensombrecidos de un Caribe a todas luces foráneo. Se observaran diversos estados de ánimo manifiestos en los arquetipos estéticos. Difieren visiblemente en la epidermis colectiva de un relato construido a todas voces.
No hay pureza, todo es mezcla, fundición, sin embargo una autonomía emerge de los lienzos cual retrato identitario de lo que pudiera ser el sello adormecido de una región. Sincronía de entramados universales vienen a ponerle fin a la cultura inglesa, francesa, africana, y hasta pinceladas indochinas para la delatar una suerte de carácter intransigente, agolpador, que se revela ante el rostro de una nación marcada por el peligro de perderse donde pudo más la autonomía que la indolencia. Miradas múltiples que no escatiman en reconocer la multiplicidad de trazos y colores para escribir una huella semejante a la caricatura gentilicia de unas islas aparentemente dispersas, pero conectadas profundamente por una corriente marítima que desliga de todo prefacio colonial. No son los trazos, sino esa costumbre absorta lo que incendia la inquisitiva mirada de los colonizadores.
Esteban Machado, “De donde crece la palma”- 2013 (Mixta / lienzo, 150 x 100 cm)
No ocurre ruptura, es todo continuidad y en medio del collage de estilos que remarca la muestra, emerge una organicidad que viene a aglutinar la verdadera esencia que convoca a los artistas. Dieciocho piezas están en constante diálogo, interacción. No hay un guión preconcebido, más bien el espectador puede establecer su propia rutina, ya sea como una especie de juego donde cada cual escoge el orden en que quiere dar su lectura o seguir el camino natural que conduce al relato. En el centro, rompiendo con la lógica visual, la única escultura de la muestra, asemeja una rosa de los vientos, que tiene marcados los rumbos en los puntos cardinales que se divide el horizonte, y a su alrededor, como islas, el resto de las piezas. Pero el recorrido no prejuicia al mensaje, ni al orden los presupuestos. La descomposición en factores privilegia esa diversidad maníaca que resume al Caribe. Al final de la lectura los espectadores habrán percibido una misma idea sin importar las sintaxis.
Transcienden cómo símbolo de la rebelión emancipada un desafío a la inventiva que constituye el excedente adicional, la creatividad con que se ha sabido imponer para forjar una identidad propia. El sacralismo desacralizado de la mixtura de dioses y creencias que se hermanan en una misma noción de lo divino, el fenómeno religioso compartido por diferentes grupos humanos. Formas menos rígidas que se integran en las tradiciones culturales de la sociedad, o etnias donde se practican; paralelismos entre doctrinas, ritos y enseñanzas colectivas. Lienzos que registran la meditación durante ceremonias afro, el canto a la fertilidad y la ofrenda a la madre tierra frente a advocaciones canónicas equivalentes.
Flora Fong, “Contra viento y marea”- 2013 (Mixta / lienzo, 112 x 145 cm)
Por eso no sorprende ver la conjugación que asume lo pintoresco de una feminidad respingada junto a la gestualidad desafiante que encara una personalidad armada a retazos de diversos elementos simbólicos que construyen un mapa para nada homogéneo. Exponentes recrean a la mujer vista desde la actitud más convencional hasta despojarse del yugo para conducirse a la emancipación. La desnudez reflejada esta vez como expresión de libertad sin complejos y no cómo tabú eclesiástico, lo que determina la postura igualitaria ante el disfrute de actividades tradicionalmente exclusivas a lo varonil. Es precisamente esa mujer que desea girar el rostro para contemplar un panorama diferente, creado quizás por la dirección con que ella misma enrumbe la mirada.
Predomina durante el desarrollo del relato visual el aire carnavalesco que dota a la región de un colorido festivo. Aunque cada territorio presenta variantes, son elementos comunes en el Caribe los desfiles y la música como alegoría de la participación popular. La cultura folclórica reflejada como instrumento afianzador de la identidad y del patrimonio así como al conocimiento de las raíces.
Como una señal singular, la muestra es también un reclamo al derecho de un espacio para una cultura que necesita ser vista y reconocida.
José Miguel Pérez, “Mairim, Plenitud”- 2011(Acrílico / lienzo, 70 x 56 cm)
Alicia Leal, “Homenaje a Lam”- 2013 (Acrílico / lienzo, 51 x 43 cm)
Eduardo Roca (Choco), “Intimidad”- 2010 (Óleo / lienzo, 131 x 107 cm)
José Omar Torres, “Conexión”- 2013 (Acrílico / lienzo, 97 x 140 cm)
Manuel Mendive, “Meditación”- 2012 (Acrílico / lienzo, 85 x 100 cm)
Nelson Domínguez, “Mujer con cesta de frutas”- 2010 (Mixta / tela, 100 x 100 cm)
Alberto Lescay, “Espíritu Floral” – 2003 (Collage / lienzo, 140 x 100 cm)
José Fuster, “Sol del Caribe”- 2014 (Cerámica esmaltada / madera, 100 x 100 cm)
Kcho, “Sin título”-2006 (Hierro, 6 botes, 200 x 200 x 200 cm)
Kamyl Bullaudy, “Lúdicos” – 2014 (Acrílico / lienzo, 120 x 80 cm)
Alejandro Greenidge, “De la serie Metamorfosis”- 2014 (Óleo / lienzo, 148 x 95 cm)
Michel Rollock, “Music to the wind”- 2014 (Óleo / lienzo, 150 x 100 cm)
Idelsis Argüelles, “Virgen”-2014 (Plato de cerámica esmaltada, diámetro 40 cm)
Gabriel Padrón, “Adicción con café”-2014 (Óleo sobre lienzo 120 x 100 cm)
R10, “Caminando (cartel)”- 2014. (Tinta y acrílico / cartulina, 100 x 70 cm)