No han corrido 25 metros y ya Norberto está al lado de Akabussi, un nigeriano nacionalizado inglés cuyo palmarés impresionaría al mismísimo Michael Johnson, “El Pato” Johnson, quien curiosamente va delante con su paso característico y sin peligro alguno en su dorsal camino a una de sus tantísimas medallas de oro en las Olimpiadas.
Si Norberto, al momento de recibir el batón hubiese sabido quién diablos era el nigeriano-inglés, tal vez hubiese creído que le habían dado el hueso más duro de la competencia. Nacido en Rodas es muy probable que no le interesara mucho quién era aquel calvito que iba delante y porque es grande, él, Norberto, ha decidido dejar un poco al lado los pronósticos, las cábalas y la cartomancia y echarse encima a sus guerreros afrocubanos. Y así corren, 300 metros, uno “casi” al lado del otro; vacilando socarronamente el cubano, el arrojo de aquel hombre que no se ha cansado de obtener medallas en cuanto campeonato importante ha participado desde 1984 hasta la fecha. Akabussi corre y sueña con que el mozalbete de la mayor de las Antillas se eche un tanto atrás y no le martirice su experiencia, pero Norberto apenas lo ha asustado, y al tomar la recta final, el cienfueguero nos regala una sprintada diabólica para entregar “el paquete” a Roberto Hernández, el cuatrocentista de lujo de la escuadra cubana. En este instante ya Albión presagia una caída. Todo a pesar de la novatada de Norberto quien “llega primero” pero entrega después.
No importa: ha recibido Robertico.
El moreno cubano, a pesar de su pierna corta, apenas en la misma curva a la salida de la meta, le pasa por el lado a John Regis, ¡nada más y nada menos que a John Regis! un hombre que con casi 10 años menos que Akabussi, tiene las mismas preseas que el nigeriano-inglés. John Regis, debía estar pensando en que eran las mil y quinientas y no había tomado el té que le tocaba ese día para no percatarse que Robertico era quien cerraba por Cuba. El paso del cubano por su lado pareció en un principio importarle poco. Regis era un sabueso en los relevos. Un legionario de pura cepa. Uno de los tantos caballeros del Rey Arturo dándole vueltas a aquellos óvalos, pero sus tiempos en 400mts eran centésimas superiores a los del cubanito y en ese instante, por mucho que quiso y lo intentó no pudo dar con aquel Shangó matancero, que en su jerga caribeña debió decirle: ¡c´mon Regis… pack it up!* O lo que es lo mismo: ¡móntate que te quedas!
Zorro viejo, y con el orgullo inglés a flor de piel, al salir de la última curva, Regis apretó tanto el paso que los ojos parecían salirse de sus órbitas. El graderío comenzó a vitorear su esfuerzo; pero como bien había dicho el narrador, tenía enfrente, perdón, delante, a uno de los mejores cuatrocentistas del mundo en aquellos años: Roberto Hernández, de Limonar, Matanzas. O lo que es peor: de Cuba. Alguien de quien alguna vez se dijo rompería los records de Juantorena en 400mts y de quien se hubiera esperado mucho más, de no ser por aquel defecto natural en su pierna derecha, o para ser más precisos, en la diferencia de altura entre sus caderas. Así y todo, Robertico no dejó que el inglés le zampara la alegría y manteniendo el ritmo en los metros finales logró una medalla de plata para Cuba histórica, entrando 4 segundos por detrás del relevo norteamericano, ganador del oro, que cerró con Steve Lewis, el ganador de la plata en los 400mts. ¡Vaya para el mismísimo diablo…. qué clase de relevo el americano!
Esa tarde, fueron 3 los equipos grandes en los relevos masculinos. USA, G.B y Cuba.
¿Cómo una pequeña isla, de apenas 11 millones de habitantes, perteneciente al Tercer Mundo, pudo lograr tal hazaña? Es algo que desde la lógica ilógica pudiera explicarse. Pero estamos hablando de 1992, de los Juegos Olímpicos de Barcelona, cuando quedamos en quinto lugar por países. Ese mérito que nadie jamás cuestiona; del cual todos nos sentimos orgullosos y del cual aquel relevo, aunque tampoco nos haya guardado una foto decente en internet para poder exhibir, forma parte indiscutible y gloriosa.